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Wednesday, May 24, 2023

Escritura creativa 2023: Meara Ocampo

Hermanas de la Luna

El pueblo de San Cristóbal era tranquilo y apacible, un lugar donde todos conocían a todos y las noticias viajaban rápido. Pero había una historia, una leyenda que se compartía en susurros y se contaba en voz baja, una historia que nadie sabía de dónde venía ni cuánto tiempo llevaba corriendo por las calles de piedra y las casas de adobe. Era la historia de las Hermanas de la Luna, dos mujeres que se decía eran brujas y que venían al pueblo en busca de niños para robar y hacer con ellos sus oscuros rituales. Nosotros, los habitantes de San Cristóbal, siempre nos hemos caracterizado por nuestra unión y solidaridad, por lo que la historia de las hermanas brujas ha sido transmitida de generación en generación, no como una simple leyenda, sino como una advertencia para proteger a nuestros hijos e hijas de este mal oculto. Se decía que las hermanas, Lucía y Catalina, eran de una belleza sobrenatural y que su piel blanca y suave era el resultado de sus crueles prácticas. Se creía que secuestraban a los niños del pueblo para devorar su carne y beber su sangre, y que luego usaban la piel de sus víctimas para mantenerse jóvenes y hermosas. A pesar de ser una historia aterradora, en el fondo, todos sabíamos que era solo eso: una historia, una fábula para mantener a raya a los niños traviesos y recordarles que siempre debían estar cerca de sus familias. Pero un día, la realidad superó a la ficción. Los niños comenzaron a desaparecer sin dejar rastro, uno tras otro, como si se los hubiera tragado la tierra. Al principio, las desapariciones fueron atribuidas a accidentes o a la negligencia de los padres, pero pronto se hizo evidente que algo mucho más siniestro estaba ocurriendo en nuestro pueblo. La paranoia y el miedo se apoderaron de nosotros, y las antiguas historias de las Hermanas de la Luna volvieron a nuestras mentes.

Las madres comenzaron a murmurar entre sí, recordando los detalles macabros de la leyenda mientras abrazaban a sus hijos con fuerza. Los padres, aunque intentaban mantener la calma y la racionalidad, no podían evitar recordar las advertencias que sus propios padres les habían transmitido. Entonces, una noche, los temores del pueblo se confirmaron. Algunos de los niños mayores, armados con linternas y valentía, decidieron adentrarse en el bosque en busca de sus amigos desaparecidos. Lo que encontraron allí los dejó aterrorizados y marcó sus almas para siempre. En lo profundo del bosque, en una cueva oculta, encontraron a las Hermanas de la Luna. Lucía y Catalina eran como las describían las historias: de piel pálida y perfecta, cabello oscuro como la noche y ojos que brillaban con una luz malévola. Alrededor de ellas, en un macabro santuario, estaban los cuerpos de los niños desaparecidos, sin vida y sin piel. Aquella noche, el pueblo de San Cristóbal se unió para enfrentar a las hermanas brujas. Se encendieron antorchas y se armó una multitud, decidida a poner fin a los horrores que habían caído sobre nuestras familias y nuestros hijos. Pero cuando llegamos a la cueva, las hermanas ya habían desaparecido, dejando solo un rastro de sangre y lamento en su lugar. Desde entonces, el pueblo de San Cristóbal ha cambiado. La historia de las Hermanas de la Luna ya no es solo una leyenda que se cuenta en voz baja, sino una memoria colectiva de un terror real y palpable. Nosotros, como comunidad, hemos aprendido a enfrentar nuestros miedos y protegernos mutuamente, pero también hemos aprendido que algunas historias, por más aterradoras que sean, no pueden ser olvidadas ni ignoradas. Las Hermanas de la Luna siguen siendo un misterio, una sombra que se cierne sobre nuestros corazones y nuestros pensamientos. Pero también son un recordatorio de que, aunque el terror y el mal pueden acechar en la oscuridad, la fuerza y la unión de un pueblo pueden enfrentar incluso a las peores pesadillas.

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