Un blog de creación en español

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Friday, January 15, 2010

Otoño 2009

El curso de escritura creativa de narrativa (ficción y no ficción) del otoño del 2009 contó con un grupo pequeño pero diverso. El transcurso del curso permitió que cada uno de los estudiantes fuese plasmando los recodos de su personalidad y su visión del mundo en textos cada vez más sofisticados y sorprendentes que son mi orgullo como profesor. A continuación los dejo con los textos.

De izquierda a derecha: Demian Glusberg, un servidor, Irina Kondrashova, Jessica Bezozo y Alfredo Alcántara. Ashley Jones no se encontraba presente en el momento que se tomó la fotografía.

Alfredo Alcántara: La Porno


Alfredo Alcántara, mexicano de nacimiento, estudia cine. Uno de sus mayores logros es el modo consciente y minucioso con que reproduce las ansiedades del mundo infantil lejos de la visión idílica que generalmente se le atribuye a este.


La Porno

Por Alfredo Alcántara

La primera vez que vi una imagen pornográfica fue durante la fiesta de cumpleaños de Andrés en segundo de primaria, ocasión en la cual las niñas no fueron invitadas. Estábamos todos en la cima del Cerro de la Lagartija sentados alrededor de Juan Maqueda, quien nos enseñaba la revista pornográfica que su hermano mayor le había regalado. Todos mirábamos las imágenes, boquiabiertos y un poco confundidos pero a la vez intentando aparentar un desinterés con miedo de mostrar nuestra inexperiencia. De allí en adelante, dentro de mi grupo de amigos, llego una cierta obsesión general con el extraño pero emocionante concepto de la pornografía.

Faltaban pocas semanas para que acabara el ciclo escolar y como premio, la escuela había arreglado un viaje de varios días a un campamento de verano en las afueras de la ciudad. Mis compañeros se pusieron de acuerdo que para el campamento, todos teníamos que traer una imagen pornográfica, y aquel que fallara en hacerlo, iba ser de seguro un maricón. El problema era claro. Yo carecía de hermanos mayores que me pudieran adquirir una porno y me las iba a tener que ingeniar yo sólo.
Mis padres acaban de instalar aquella novedad a la que le llamaban “Internet”. Un técnico de la ciudad de México había viajado hasta la casa para instalar tal maravilla y no se fue sin dejar un pequeño directorio con todas las “páginas” que podíamos visitar. Al hojearlo me di cuenta que mis problemas estaban resueltos. Esperé a que mis padres se acostaran y salí de puntillas al estudio en donde accedí a la página de “Playboy.com”. Fui recibido por aquellas conejitas que en ese momento me ponían nervioso. Antes de poder imprimir, escuché un abrir y cerrar de puertas y en pleno pánico apagué el monitor y corrí a mi recámara.

La mañana siguiente bajé al comedor en donde mis padres, solemnes, ya me esperaban. No dudaron en preguntarme sí había sido yo el culpable de haber navegado a la página pornográfica, yo de inmediato culpé a mi hermanita menor. Mi padre me acompañó a la parada del camión y me dijo que sí yo quisiera una revista pornográfica él me la podía comprar, lo único que me pedía era la honestidad. Yo, un poco incómodo pero sabiendo que era mi última oportunidad, acepté su oferta.

El fin de semana que entra fuimos al puesto de periódicos y me compró una Playboy. La única condición era que no se la podía enseñar a nadie, y menos sacarla de la casa. Creo que se confundió un poco con mi desinterés por las mujeres desnudas cuando me vio guardarla sin ni siquiera hojearla una vez. Unas semanas después cuando llegó la fecha del famoso campamento de verano, felizmente me aseguré de esconder la Playboy en mi maleta para que mi madre no la viera. Por fin, iba a formar el parte del grupo de los grandes sabios de la pornografía.

Al llegar a la cabaña, cuando era la hora de dormir y todos nos sentamos a la orilla de nuestras literas, mirándonos unos a otros. El suspenso era demasiado. Yo decidí romper el hielo y rápidamente desempaqué la porno. Todos me miraron sorprendidos, como sí nunca hubieran visto algo similar, y simultáneamente se comenzaron a carcajear. Resultó que ninguno de mis compañeros tuvo el valor de traer a sus mujeres desnudas. El único pervertido resulté ser yo. No la volví a sacar. Al regresar a la casa se la regresé a mi padre y le agradecí. Me sentí aliviado de que mi carrera pornográfica por fin hubiera terminado.

Jessica Bezozo: El diario de una enfermedad


Jessica Bozozo desmonta el mundo de las apariencias construido a través de equívocos cotidianos para darnos su dimensión más profunda y apasionada. Ir más allá de lo que vemos, ese es su lema.

El diario de una enfermedad

Por Jessica Bezozo

Cuando me levanté esta mañana pude oler la noche pasada en mi pelo y en mis mantas sucias. Me fui de la cama despacito para evitar vomitar. Mis pies tocaron los cigarrillos que había tirado al suelo y las botellas que se a lineaban por el pasillo hasta el baño. Los pedazos de cristal quemaron mis pies cuando caminé sobre ellos y pude sentir la sangre entre los dedos. Entré en el baño y vi mi reflejo en el espejo. Mi piel parecía verde y pálida, con un resplandor enfermo. Pude ver los cicatrices apagándose en las muñecas, finalmente. Entré en la ducha y sentí el agua caliente moviéndose sobre mi cuerpo desnudo, limpiándome de la mugre física y la suciedad mental. Con cada paso debajo del agua me sentía más limpia, más lista para empezar otro día de mentiras, en un trabajo donde nadie puede saber mi secreto. Una vida diaria envuelta en perfume para que nadie pueda oler el alcohol y visine para que nadie vea en mis ojos rojos la enfermedad. Me puse una falda gris y una camisa blanca, un vestido no especial que nadie notaría. Entré en el coche y por un segundo paré. No quería hacerlo otra vez. Quería escaparme del estrés de las mentiras y la paranoia. Cuando conducía el coche, se movía en una manera peligrosa, como si el coche estuviera amenazando mi vida. No quería sobrevivir. Cuando abrí la puerta de la oficina podía sentir mis piernas sacudiéndose debajo del peso de mis pecados. Eran las nueve en la mañana y quise tomar algunos chupitos de vodka en el baño de mi trabajo. Como otro yo, allí, nadie sabe quien soy verdaderamente. Sólo piensan que soy Elena, la chica silenciosa que trabaja con los ordenadores. No saben más y nunca lo sabrán.

Demian Glusberg: Starry Night

Demian Glusberg posee una desbordada inquietud verbal con la que construye mundos complicadísimos y extraños que exigen toda la inteligencia y la atención del lector. El resultado de ese esfuerzo vale la pena.

Starry Night

Por Demian Glusberg

Van Gogh creó una noche estrellada con su propia física. Una física sin prejuicios que envuelve las ululaciones y los remolinos del aire con la densidad húmeda del cielo de la noche mientras combina el anhelo al cielo de la flama con el carácter terco de la tierra y el árbol. Todo hecho en colores respetuosos a la profundidad y opacidad de la noche. Tan única es la física que me rehusó a creer en la artificialidad, o mejor dicho, me rehuso a limitar esta sinfonía alterna de los elementos a algo inanimado. No, no, no; los hechos deben de haber sido los siguientes:

Van Gogh empezó un fuego y lo cubrió con agua. Después le sobrepuso dos poderosos soplidos en un joven huracán y los plasmó al lado del fuego. Para darle terreno a su obra y un piso a sus habitantes le sumó un poco de polvo que se mezcló con las llamas y creó montañas y flora. Los cuatro elementos se juntaron y se balancearon y crearon con su alquimia. Se formó un mundo nuevo. Un mundo nuevo merecedor de un día y una noche y de una población. La población armó sus casas de polvo y tempera, y una nueva luna y un nuevo sol se juntaron para cuidarlos. Durante una de sus noches, tan fantástica y ajena a nuestro mundo que podría haber durado segundos o siglos; un joven decidió recordar el mundo de Van Gogh, el mundo que le había dado vida al suyo. Subió a la cima de una colina y fotografió un paisaje. Teniéndola en sus manos, cubrió la fotografía con polvo, unas gotas de agua, un respiro y una llama. Y como un espejo en frente de otro creó repercusiones y ecos de luz. Van Gogh encontró la fotografía en su estudio y la puso en un marco y le dio el nombre de las estrellas y la noche.

Ashley Jones: El día que se perdió la inocencia

La realidad aparentemente apacible de la mente infantil es el territorio favorito de la escritura de Ashley Jones sobre el que nos recuerda que lo terrible puede encontrarse justo en las zonas más tranquilas de la existencia.

El día que se perdió la inocencia
Por Ashley Jones

En lo oscuro de la noche, ella se tendía debajo de las sábanas. Se quedaba allí por unos minutos pensando en lo que ocurriría un poco después. Esto no había pasado todos los días. Había muchas veces cuando ella simplemente se tendía en su cama y se dormía en sólo unos pocos minutos después de cerrar los ojos. Ese día, sin embargo, fue diferente y ella pudo sentir que algo había cambiado en el cuarto.
Era un día cerca de finales de noviembre, y por esta razón, hacía frío. Cuando ella se vistió para dormir, se puso sus pijamas de abrigo. Estos pijamas tenían unas ilustraciones de perritos y gatitos y por esta razón, eran sus favoritos. Ella solamente tenía seis años, pero ya sabía que quería ser médica veterinaria. Tenía dos perros, y los amaba con todo su corazón. Había algunas noches cuando los perros se tendían en la cama con ella hasta que se dormía. Ese día, sin embargo, los perros podían sentir que algo era diferente, también, y no se quedaron con ella.
Ella no podía ver nada, pero a ella le gustaba esto. En un momento muy tranquilo, su puerta se abrió y un poco de la luz entró en su cuarto. Rápidamente, ella cerró sus ojos. Por fin, él entró. Ociosamente, vino a la cama y se tendió debajo las sabanas con ella. Ella podía sentirs su atiento por lo cerca que estaba de ella. Mientras que él empezó a tocarla, le cuchicheó a ella que no fuera miedo y él la amaba mucho.
Y después de esto, ella no oyó nada ni sintió nada en su cuarto. Ella estaba en un prado lejano cubierto de flores con cientos de perros y gatos. Era un día caliente de julio. Jugaba y corría con ellos. Comió un sándwich de jamón y una manzana para su almuerzo. Bebió limonada por todo el día. Se tendía en las flores con sus animales. Cuando por fin cerró sus ojos azules y se durmió, estaba en su cama otra vez y el acto había terminado.

Irina Kondrashova: Hilda y yo

Kondrashova está dominada por un agudo apetito lingüístico y una imaginación que consigue un equilibrio entre lo atrevido y lo exquisito. Rechaza el terreno seguro del lugar común y consigue arrastrar al lector en su riesgosa exploración de la realidad.

Hilda y yo

Su teléfono celular timbró.

“Sí, sí claro.” Pausa. “Ya te lo expliqué muchas veces que regreso a las cinco, todavía estoy en la estación esperando a mi tren.” Pausa. “Ay, Hilda, yo sé. Me vuelves loco con tus preguntas mujer, en serio. Tengo que irme. Te llamo del tren.”

El hombre se acercó a la ventanilla para comprar un boleto para regresar al infierno, es decir, a su casa. Era un hombre de, creo yo, treinta y cinco o cuarenta años. Estaba vestido de un traje de color gris, pero un gris triste como del cielo lloroso del otoño. Recuerdo que el color raro de su traje atrajo mi atención, porque era un día hermoso del verano. Llevaba también un maletín gordo, imagino que estaba lleno de papeles y documentos de trabajo. Sus zapatos parecían llevados, destruidos por el pavimento de las aceras de la ciudad.

Cuándo él se sentó en el cuarto de espera, yo advertí que los calcetines eran de diferentes colores. Todo esto, y la mirada dolorida congelada en sus ojos, me hizo pensar que la vida de este tipo no era fácil.

Viajo mucho para el trabajo y nunca me interesa mirar a otras personas, muchas veces estoy hablando por teléfono o haciendo trabajo. Pero ese día no tenía ganas de hacer nada porque estaba agitado con el montón de trabajo y con mi esposa molesta. Por eso, dirigí mi atención a otra persona en vez de pensar acerca de mis propios problemas.

El hombre se durmió, con su cabeza colgada al lado y la boca ligeramente abierta. Se me escapó una risita cuando de repente su teléfono timbró, él se despertó y empezó a cavar frenéticamente en sus bolsillos buscando el dispositivo.

“Sí? No, todavía no.” Pausa lenta. “Pero...te dijo...mira Hilda...es que...” Pausa. “Sí, tienes razón, pero..” Pausa. “ Sí, te llamo más tarde.” Al final de la conversación el hombre tiró su teléfono en su bolsa y maldijo mientras empacaba sus cosas para ir a la plataforma de su tren. Lo seguí.

Por casualidad, teníamos que abordar el mismo tren. Yo me paré como a diez metros de él, mirando mientras él hablaba enfadado entre sí. Otra vez timbró su celular. Con una locura en sus ojos él lo sacó de su bolsa.

“Qué quieres?” Pausa. “No Hilda, esta vez tú tienes que escucharme a mí. ¡Te voy a decir lo que pienso y no me interrumpas!” No podría escuchar más. La plataforma empezó a estar atestada, y pude ver el tren acercándose. Por un momento yo perdí de vista al hombre y de repente escuché un chillido. “Se tiró enfrente del tren!” Caos.

Algunas horas después, estaba sentado en el tren viajando al infierno. El teléfono celular timbró. “Hola. Quería llamarte antes pero no tuve una oportunidad.” Pausa. “En serio, se tardó el tren porque un hombre se suicidó en la estación.” Pausa. “ Sí, pero ya estoy de viaje.” Pausa. “ Espera, otra cosa, sabes que me diste todos mis calcetines de colores diferentes? Qué chistoso, he estado caminando todo el día con los calcetines diferentes.” Pausa. “ Bueno, Hilda, te voy a ver pronto.”