Un blog de creación en español

Un blog de creación en español

Wednesday, May 20, 2020

Uriel Vázquez: escritura creativa 2019


El título no elegido

Eran las 4 de la mañana en la tercera semana de abril del año 1951 cuando el destino de Jack Kerouac fue decidido por los dioses. En estos tiempos la maravillosa ciudad de Nueva York era la residencia de todo poeta, escritor y bohemio (gente dedicada a cambiar el mundo). Los famosos miembros de la generación Beat habitaban el barrio Greenwich.

En el Gaslight Café, con un cigarro en la mano, y una copia de Hojas de hierba sobre la mesa, Allen Ginsberg se sentó profesando un sermón sobre lo que significaba ser autor. Habló de su experiencia como habitante de un mundo raro y extraño. Convenció a las chicas del local que el dedicarle la vida a la escritura significaba estar enamorado de la vida y dispuesto a sacrificar todo en un instante por la gloria del arte. Dijo que la vida informa al arte y sin vivir a toda la capacidad es imposible escribir algo que alcance el estatus de literatura. Recitó un poema y explicó que la vida y la escritura es una, y coexisten como piezas de arte que informan uno al otro.

-Pero la escritura en sí, es vida- interrumpió Kerouac– en el momento que la palabra se escribe y es leída por alguien más, la obra pierde posesión del autor, la escritura es universal, la escritura nunca muere, nosotros sí….mi trabajo seguirá cuando carne y hueso me falte, el escribir es aceptar morir. Con esas palabras se retiró y se desapareció a su apartamento.

Como de costumbre en la vida de este poeta bohemio, cada noche de escritura larga y solitaria era acompañada con el abrazo de una botella de whiskey. Esa noche su amigo fiel fue media botella de Johnnie Walker Blue con unas pastillas (para la inspiración). Esa última noche fue en la que el manuscrito aún no nombrado “On the Road” se había acercado más al fin. A las dos de la mañana le faltaban diez páginas que escribir para concluir su gran obra maestra. Es allí cuando decidió salir a la calle MacDougal para fumar el último cigarro que le quedaba. Mientras contemplaba visitar una vez más la tienda de licor que le quedaba en la esquina, sintió una ola de algo, lo que esperaba que fuera la última inspiración que necesitaba. La mezcla de alcohol con medicina le hizo efecto, y el único arte que creó fue una pintura el la pared de vomito, sangre y bilis. Pero esa mancha no era nada extraño para los vecinos que vivían en esa calle.

Unos momentos antes de regresar a su apartamento, Ginsberg lo vio por la ventana. Contempló visitarlo, pero decidió mejor esperar hasta el próximo día. Mientras tanto Kerouac estaba en el proceso de escribir “Y en América, cuando el sol baja, y me siento a mirar los cielos altos sobre Nueva Jersey pienso sobre toda la tierra que abarca hasta llegar a la costa oeste, y la carretera, y la gente que sueña en ella, pienso en Dean Moriarty, pienso en Dean Moriarty”. Justo después de escribir ese punto final se toma otra copa, celebrando el gran éxito que ha logrado, lo único que le falta es un título. Sobre una página en blanco escribe “On the Road by Jack Kerouac”, pero inmediatamente después lo tacha. Dos tragos después busca su caja de cigarros pero no la encuentra. En ese momento, embriagado totalmente, lucha por respirar, todo se vuelve oscuro, trata de abrir los ojos pero no hay remedio, la oscuridad lo abraza. Se tira al suelo, intenta gritar pero ni un susurro se escapa de su garganta, y en un charco de orina, alcohol, vomito, y sangre, su cuerpo cae muerto. Sin título deja su obra maestra en el escritorio, lo único que vive es la esperanza de que alguien lo lea, que alguien lo publique, que a alguien le interese lo que cuenta.

La próxima mañana Ginsberg entra al apartamento y ve el cuerpo de Kerouac tirado en el piso. Se acerca al cadáver, cuando nota el manuscrito en el escritorio. Sin pensarlo dos veces se sienta y lo lee todo. Su cara no cambia, estoico con una sonrisa dolida saca un cigarro, lo prende, lo fuma, y quema el trabajo de su gran amigo. Quema la vida de su prójimo. Mira las cenizas bailar entre ellas y se le escapa una lágrima.

Las mentiras son…

De chico me contaron la historia de Adán y Eva, que la mentira los condenó y con ellos a la humanidad entera. Supuestamente el acto de engañar trajo la moralidad, el bien, el mal, y más que nada los deseos terrenales (y la falla que implica, por supuesto). Me dijeron que la ignorancia es lo que libera, y el conocimiento que condena. Pero no. La manzana, fruto de la vil escoria, nutre nuestra fundación como raza humana, y el acto de mentir es lo que nos libera.

Supongo que una noche Eva tuvo que decir, me cansé de ser domesticada y me dieron ganas de vivir. Y por el acto de vivir es que uno decide mentir. De lo prohibido nace el instinto humano que es el engaño. Y con un acuerdo colectivo y silencioso, así nos permitimos seguir el juego.

También me contaron de Romeo y Julieta y lo bello que puede ser el amor. Aprendí que el amor (la falacia más antigua y más tierna que hemos inventado) justifica las fallas y los pecados. Que no importa el homicidio, suicidio, y la traición, si es en el nombre del amor. Me dieron a entender que en esta vida no importa lo que haces ni a quien lastimas con tal de que las intenciones sean buenas. Y con eso la mentira crece.

Una vez leí el poema de Layla y Majnun, y aprendí que el deber social es para el hombre y es muy breve, pero el deber artístico basado en amor, eso es para siempre. En este cuento el hombre Majnun falla a su tribu por amar a Layla (la que no le pertenece) y dado a esto, la locura lo domina y vive como salvaje fuera de la civilización. Al vivir lejos de su amada, recita poemas al viento, y así salva lo que le queda de sabiduría y sensatez. Mueren lejos de uno al otro, y la esperanza de un cielo rescata y revive el amor que estuvo a poco de morir.

Aquí es cuando se mezclan las líneas entre la mentira y la verdad. El arte es ¿la mentira basada en la verdad? o quizás ¿la verdad basada en la mentira?

El ser artista obliga a ser franco, a ser audaz. Pero en el momento que hay un deber a un público o a una audiencia, viene a jugar el juego que la raza humana ha aceptado desde Adán y Eva. El arte urge a uno reinventar, y al hacerlo jugamos con la mentira, pero nunca olvidamos la verdad. Es aquí cuando vemos un cuento de ficción que dice más verdades que un periódico.

Si el mundo de un artista, mejor dicho, la perspectiva de un artista es diferente que la de la demanda popular, el artista se convierte en un mentiroso. Si al ser fiel a la verdad propia generamos una mentira para los demás, coexisten estas dos construcciones.

En un mundo en que la mentira domina y por definición se disfraza como verdad, es imposible vivir en la verdad absoluta. Igualmente es imposible vivir solo con mentiras. El arte, la vida, el mundo entero participa en el engaño y es obligatorio pretender preferir la verdad. Pero el hecho es, que las mentiras que salvan, también duelen, dañan y glorifican, son los fantasmas que nos acompañan y nos mienten cuando nos vemos en el espejo.

Monday, May 18, 2020

Escritura creativa 2020: Emily Gómez


EN EL CIELO

Sus ojos brillaban color índigo, con una mirada que podría matarte desde el otro lado del cuarto. Cabello lacio y blanco como las nubes durante una mañana clara. Era raro verla sonreír, no hay tantos que puedan decir que han cambiado la expresión de ella. Muchos la admiraban, su belleza siempre estaba en el centro de conversaciones cuando ella estaba presente. Era una buena manera de evitar preguntas sobre su vida.

No siempre fue así. Cuando éramos niñas, ella era muy amable con todos. Nunca le faltaba respeto a la gente que conocía. Pero desde que nos reconectamos en nuestra adolescencia, noté que había madurado mucho. No es que le falte su corazón, es que ella es más discreta con sus emociones. Sus amistades son limitadas. No hay muchos que ella considere amigos. Admiro a mi hermana, a veces siento que soy muy suave con la gente. Siempre quiero ver lo bueno en sus almas aunque no me den suficientes razones para justificarme. Quiero ser más independiente, fuerte, y actuar honestamente como soy yo sin miedo de ser juzgada. Somos hermanas y sé que me protegerá siempre, pero no quiero depender de ella toda mi vida.




EL SEGUNDO DESTINO

Mi nombre es todo lo que tengo de mi vida antigua, es lo único que me sigue. No sé cuántos años estuve “durmiendo” pero no lo siento físicamente. Mi fantasma nunca me ha dado información sobre mí misma. Una hubiera creído que él podría revelar mis recuerdos perdidos, porque me dio vida de nuevo.

¿Esta máquina que es tratada como un dios me escogió, pero por qué? Qué es lo que vio en mis huesos viejos que le dijo que yo valía algo para él. A veces pienso si estaría haciendo todo este trabajo para preservar la última ciudad. No soy la única que no sabe nada de su pasado, todos los que tenemos el título de “guardián” no sabemos absolutamente nada de nosotros mismos.

Somos los perfectos soldados, solo conocemos la violencia. ¿Crees que por eso no nos dicen nada sobre nuestras vidas anteriores? Somos peones de una máquina que no nos permite el lujo de saber quienes fuimos.




LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD.

La plaza estaba llena de gente de todo tipos, mujeres vestidas elegantemente, y otras con vestidos chimecos. Estaban presentes hombres vagos y otros que se miraban como si apenas salieran de trabajar. Niños que apenas podían con sus almas estaban rodeando una plataforma de madera en medio de la plaza. Parecía que había sido construida con prisa, apenas lucía estable como para soportar a la gente. En la plataforma brillaba la guillotina, el cuchillo en el aire, lista para caer en el momento en que el hombre junto a ella quitara el listón que la controlaba. Hace unos meses esta misma plaza era el centro de la vida con tienditas con todo tipo de verduras y de carnes. Los niños corrían con sonrisas en sus caras. Ahora nada más encontraron los cuerpos de esos mismos niños que no pudieron conseguir comida. Sus muertes no eran culpa de los padres, sino de la nobleza. Esos que se sentaban en sus castillos sin pensar en lo que necesitaban sus súbditos. Hoy por fin ganaba la gente, nunca necesitamos sufrir a manos de otros. Una mujer vestida de blanco con su cabello deshecho subía por las escaleras hacia la guillotina. Los hombres que la acompañaban solo miraban. Los ojos de la mujer, una vez tan poderosa, no expresaban miedo. Ella sola, sin que nadie la instruyera, se agachó y colocó su cabeza en el hueco de la base. La gente que rodeaba laescena gritaban cosas horribles, todo tipo de obscenidades. Vi al ejecutor preguntarle algo, estaba muy lejos para escuchar lo que respondió. Ella apenas terminó de hablar cuándo la cuchilla cayó desde arriba y su cabeza rodó dentro de la canasta enfrente de ella.

Escritura creativa 2020: Micah Foster

VEINTIUNO, O CÓMO HACER CON ANTELACIÓN EL RETRATO AL ÓLEO DE SU FUNERAL

Eran las cuatro cuando Amauri regresó al trabajo. ¿Y tú? ¿Dónde has estado? No le contestó y salió otra vez al pasillo que el pequeño bar compartía con el restaurante. Al asegurarse que el dueño no estaba, volvió con algo raro en la mirada. Vámonos, le dijo sonriendo. ¿Adónde preguntó la chica, pero—sea por la falta de clientes o la sencilla nulidad de una chamba sustituible—ya estaba deslizando debajo de la barra y saliendo a su lado a la calle: al casinooooooooooooo!

Afuera todo lucía como si estuviera cubierto de polvo de oro. Las señoras que vendían pepitas y miel en la esquina, el bus con la franja morada, los pollos girando en el asador; todo estaba brillando o nomás reflejando esos solecitos gemelos, los dos compañeros del decimoquinto bar más popular del pueblo (cuyo mercado, por cierto, claramente se hubiera bastado con cuatro). Amauri pidió un taxi y en el asiento de atrás los dos se echaron. Le mostró a Marisol el fajo de billetes que había guardado en el bolsillo. Mira, voy a hacernos ricos. La chica se rio. A huevo, hazlo. El taxi empezó a subir las lomas que rodeaban el pueblo y la inclinación hizo que su cabeza se hundiera más en el pecho de ese chico alto y inocente. Desde esta simpática posición, Marisol admiraba el abanico de billetes simulando un arcoíris sobre el pueblo que se veía encogiéndose al fondo. Pero esta simulación le pareció aún mejor porque de ésta relucía sin timidez todo un panteón de diositos, sus rostros arrugados guiñándole el ojo desde el fino papel. Ella se sintió bendita por esas pequeñas caritas. El motor del taxi se quejaba y Marisol se imaginó casarse con este chico; él de 500 podría oficiar, la de 50 lloraría de primera fila, y él de 100 seguramente se pondría bien pedo y haría escándalo pero años después se convertiría en la historia favorita de la familia: Bueno, ya sabes cómo es tu tío 100…


Con el parar del taxi se detuvo el ensueño. Marisol, basta decir, no era una chica competitiva; su vicio de preferencia tendería mas a la pereza que al juego, y las cimas de su vida emocional consistían en sentirse agradablemente mareada después de ver a solas una película que le había gustado. En fin, no era una persona para saber donde quedaría el casino más cerca, y se sorprendió al reconocer el estacionamiento donde el taxista los había dejado. ¿Por acá está ese supermercado mamón, verdad? Pero Amauri ya estaba yendo rumbo al rincón más viejo del centro comercial que, verdad, contaba con el supermercado que algunas señoras creían mejor que el del valle abajo y incluso irían cinco paradas más para poder comprar las mismísimas latas de frijoles y garbanzos ahí por las colinas.

Marisol disfrutó por unos segundos la imagen de Amauri cruzando solo el asfalto—buena suerte, vaquero; acabálos, espartano—y fue corriendo para tomar la mano de ese lavaloza valiente y cantando y así ay campeón vas a ganar, sí, lo vas a hacer, entraron a una tienda con los escaparates tintados entre una franquicia de móviles y un McDonald’s.

Es oscuro adentro. En el frente hay un par de tragamonedas, detrás de ellas un par de mesas de juego y al fondo en una cajita de plástico hay una señora gordita que convierte dinero en fichas, también de plástico. Amauri quiere jugar a blackjack. Aparece un joven vestido de traje y los instala en una de las mesas. Ellos son los únicos clientes del casino aparte de una mujer que parece una vela derretida sentada en la máquina tragamonedas. El joven les ofrece algo para tomar, pero nada alcohólico, no tienen licencia. Marisol no quiere porque hay algo en esta escena que un refresco no más va a destacar, mientras una cerveza quizás lo hubiera hecho simpático o bien soportable. Pero ve ese traje de poliéster duro y pide una coca.


Después llega otro joven, el repartidor, que lleva un poco mejor su traje; se sienta en la mesa y comienzan a jugar. Las cartas se tapan y se revelan boca arriba; las fichas se cambian de mano en mano. A Marisol se le hace difícil seguir el desarrollo del juego, y más porque no puede dejar de mirar a la mujer fumando y dándole una moneda tras otra. Amauri le gana al crupier y se gira a Marisol. ¿Qué te dije? Te invito la cena. La chica le sonríe. La mujer levanta un brazo y la moción hace oscilar de lado a lado la carne que cuelga de su húmero. De sus garras aparece el disco de bronce apagado y la máquina se lo traga entero. Y la ceniza del cigarro cae, hace pila sobre su zapato izquierda. Hace calor. Se comienza otra mano y Marisol quiere decirle algo a Amauri—por ahí se prende otro cigarro—echarle porras—ha empezado a sudar—pero su «así, campeón» se lanza por una gran cueva, reverbera en el vacío (on, on, on, on). No, su «así, campeón» se ahoga, se comba en la densidad de este salón, es la azúcar del refresco tibio, es el humo que la mujer no deja de exhalar...

¿Cuántas cajetillas ha traído esa? A este ritmo capaz que ella le gane a la máquina el título de la más tragona y nosotros nos morimos de asfixia mientras da su vuelta víctoriosa... la señora de la cajita será la única que sobrevive la ceremonia del premio...

Marisol se despierta un poco del hechizo catatónico del casino. A su lado Amauri ha perdido después de separarlo y le han cobrado el doble. Sigue jugando (una buena mano y ya está) y hablando con el repartidor. Ése es de un pueblito recóndito por el norte y entre jugadas intenta explicarles dónde queda. Para Marisol sus descripciones cada vez más norteñas solo son comprensibles porque el acné del joven le parece un mapa que ella puede trazar hasta la más furiosa espinilla en la frente, donde dice que hay una novia y una niña de dos años esperándolo.


Al cabo de quién sabe cuánto tiempo—eso de ganar lo suficiente para seguir perdiendo es cosa que dura mucho—todas las fichas se encuentran en su lugar a la mano derecha del crupier y Amauri sin un centavo más que gastar. Pero tal vez haya cierta justicia en eso, tal vez esas fichas llegarán a la casita en la cima de esa espinilla, o tal vez no; pero un papá no puede olvidarse de su hija, así protestará la chica ya no tan chica, quizás ya con otro bebé en sus brazos, no, no puede olvidarse, por lo más que se esconda detrás de escaparates tintados.

Ahora este cuento podría terminarse aquí, o puede esperar hasta que los dos chicos se despidan del casino, Marisol evitando ver esa pila cenicienta en el zapato y notando—¿dónde más hay que mirar?—lo flaco que es Amauri, y peor anda encorvado, si no se pone derecho se le va a quedar así la espalda. Los puede esperar hasta que vuelvan al estacionamiento y el cielo esté morado como la franja del bus donde bajen unas señoras para comprar los frijoles y garbanzos que luego comerán sus familias con buen estilo (¿ya ves? por eso hay que ir a las colinas) y al fondo destelle el neón como señal providencial:

.

.

ALITAS & CHELITAS


Y ahí irán como moscas a la luz aunque bien sabe Marisol que la cuenta le tocará a ella pagar. 

JOEL

Cuando yo lo conocí se llamaba LOWKEY y/o KNONE. Estaba parado encima de la rejilla dela banqueta, en plan de robarse unos cinceles de diamante de la tienda de arte enfrente. LOWKEY es estudiante de NET, quien le introdujo a ese medio particular: desde los fines de los 60 hasta aproximadamente 1975 una misteriosa señora los usaba para grabar la palabra PRAY (o, a veces, Worship God) en miles de ventanas de trenes. Así fue el nacimiento de scratchiti, según el folclor, un piadoso intento de llevarle dios a la gente.

Un tren pasaba abajo y el aire salió woosh de la rejilla. LOWKEY, por su parte, odiaba el MTA. «Yo a menudo paso media hora ahí en la estación no más abriéndole la puerta a la gente». Estaba, creo, harto de pagar el pasaje; aunque nunca llegué a saber bien las dimensiones completas de su campaña, y sospecho que ni él las sabía. A pesar de eso, no ocilaba en su dedicación al proyecto. Cuando lo volví a ver un par de horas después, había hecho más de 200 pegatinas de FREE MTA y conseguido cinco cinceles más para inscribir su mensaje equitativamente en las ventanas de los A C E B D F M G J L 1 2 3 4 5 6 7 Q N W R. Luego le pregunté qué tenía que ver su campaña con otros movimientos, si había una pagína web a dónde gente interesada podía ver más información—«bueno», me dice, «FTP está ahí, sabes, y hay otros, ya no me acuerdo de sus nombres...». A LOWKEY no le interesaba www.change.org, www.petition.org; no sabía que este mes que viene Luxemburgo será el primer país en erradicar por completo la tarifa de transporte público ni que las recientes manifestaciones en Chile comenzaron a partir del aumento del pasaje del metro; no soñaba de establecer acá alguna asociación a la línea del brasileño Movimiento Passe Livre o el sueco Planka.nu.


No era anarquista ni liberador ni guerrero de justicia social; no, era un vato de Queens que tenía una infancia bastante infeliz. Según lo que me contó, se rio por primera vez alrededor de los 12 jugando Xbox Live. Vive en el depa que su abuela vació cuando se mudó a Florida y no tiene trabajo; se explicó: «la única cosa que sé que quiero hacer es escribir en los trenes». Como su antepasada espiritual, lo hace con una industria prolífica que llega a rozar lo religioso. En el caso de LOWKEY, sin embargo, es una religión sin dios y sin seguidores: al parecer no hay intención de cambiar las cosas, de seguir el camino justo; y aun si lo hubiera, ¿cómo unas palabritas grabadas en la ventana podrían evangelizar a un vagón lleno de personas pegadas a sus pantallas?

Capaz que no haya nada de nuevo en la idea de un mensaje vacío, del significante desvinculado del significado; culpa de Duchamp, culpa de Warhol, culpa de Instagram: capaz que tal cáscara sea justo el hecho estético — forma sin fin.

Lo vi una vez más, y estaba taggeando su nuevo nombre sobre el buzón en la esquina de Church Street: SHEEPLE.

Friday, May 15, 2020

Escritura creativa 2020: Paige McDonald

Una carrera en el parque
“¿Cómo se conocieron?” me pregunta mi madre por el teléfono.
“En el parque de los perros, curiosamente.”
“¡Uf, dame los detalles, Luciana!”
“¡Por Dios, mamá, bien!
Bueno, como cada mañana, Raúl y yo fuimos al parque para los perros en Washington Square Park para que él pudiera gastar su energía antes de que yo fuera al trabajo. Tú ya sabes, él tiene sus amigos y puede correr y yo puedo socializar un poco antes de ir y sentarme en mi escritorio todo el día.”
“¡Ay, Luci me encanta cómo tienes tu propia vida en Nueva York! No puedo esperar finalmente visitarte.”
“Mamá, no tengo mucho tiempo, ¿puedo terminar?” digo impacientemente.
“Bueno, ¡sigue, sigue!”
“A ver, cuando entramos en el parque, Dejé a Raúl sin correa y él se va corriendo. Veo a Jonathan...”
La escucho chillar de emoción, pero sigo contando la historia, sé que si me detengo por un segundo, no escucharé el final.
“Veo a Jonathan y me di cuenta de que había estado allí con su perro Max al mismo tiempo que nosotros durante la última semana entera. A Raúl le encanta Max, mamá, es tan lindo. Así fui a saludarlo y charlar un poco.”
“Ayy Luciana, te gustó, ¿no?”
“Obvio, mamá, ¿puedo seguir?”
“Sí, sí, sí, adelante.”
“Bueno, mientras estaba preocupada por la conversación, vi por el rabillo del ojo que las puertas, hay dos para evitar que los perros escapen, estuvieron completamente abiertas.”
“¡No!”
“Así corrí a cerrarlas, y entonces estaba buscando frenéticamente a Raúl, pero, él ya no estuvo. Los otros dueños se dieron cuenta de lo que estaba pasando e inmediatamente se pusieron en acción, fue increíble, mamá. Pusieron las correas a sus perros y me ayudaron buscar Raúl en el parque mayor.”
“Qué lindo, Luci.”
“Entonces, yo me situé cerca de la fuente grande, que realmente no es una fuente porque el agua no corre, en el centro del parque. Los otros fueron a los rincones del parque y a lo largo del lado norte donde no hay una valla por un muy largo tramo.
Y de repente, vi un destello de pelaje blanco y negro corriendo en frente de los monopatinadores que practican sus truquitos cerca de este monumento en el lado este. Pensé que el perrito se dirigió hacia una banda de jazz que se sentó justo al sur de mí, pero giró rápidamente hacia el arco.
“Ooh, ¿el arco que se ve en todas las pelis?
“Sí, ese. El arco marca la entrada del parque, y no hay ninguna barrera de cualquier forma. Y que más, y esto es lo que realmente me estresó, Mamá, el arco abre a 5th Avenue, así absolutamente no quería que Raúl vaya allí.”
“¿Pero sus amigos no estuvieron allí?”
“Unos, sí, pero me preocupé de que no pudieran detenerlo. A ver, corrí alrededor de la fuente lo más rápido que pude para intentar atraparlo antes de que saliera. Vi que Raúl, esa maldita escapista, se dio cuenta de que iba a alcanzarlo y de repente cambió su dirección. Pero acá es donde se equivocó, porque ahí en frente de los bancos escultóricos estuvieron parados Jonathan y Max, y Raúl no pudo resistir ir a jugar con su amigo. Así cuando fue, Jonathan fue capaz de agarrarlo por el collar.”
“¡Ay dios mío, que liiiindo, Luci!
“Jaja, yo lo sé. Bueno, y después, yo, probablemente sudando y jadeando tanto como Raúl, abracé a Jonathan y le di mil gracias, etcétera, etcétera., y entonces dije ‘¿qué puedo hacer para recompensarte?’ y él dijo ‘¿Comprarme un café?’. Así que obviamente dije por supuesto y luego un día fuimos a tomar un café, y luego otra noche fuimos a cenar, y luego otra noche fuimos al cine y de repente éramos una pareja, ¡qué sé yo!
“Ah, estoy tan feliz por ti Luciana. ¡Ahora realmente tengo que venir a visitarme!”
“Pronto, mamá.”


Un juego peligroso


“¿Quieres jugar el escondite?” ella preguntó con una sonrisa pícara.
“Bueno, pero tienes que buscar primero” él se río por lo bajo.
Ella empezó a contar atrás desde 30 en voz alta. Él corrió por todas partes, buscando el lugar perfecto. La maleta vacía de su viaje de la semana anterior sentaba abierta en el piso de su dormitorio. Era una maleta realmente grandísima y tuvo la idea de apretarse dentro de ella. Si vamos a jugar el escondite como adultos, yo lo haría bien. Con cuidado, se agachó, y se metió en la maleta tan rápido como fue posible.
“Tres… Dos… Uno… ¡Cero! ¡Listo o no allí vengo!” gritó ella.
Ella caminó de puntillas alrededor por la casa, quería sorprenderlo. Buscó por detrás del sofá, nada. En el armario, nada. Bajo la cama, nada. Buscó por todas partes y nada. Ella empezó a frustrarse. Quería jugar este juego estúpido para intentar algo nuevo, para encender su relación moribunda. No anticipó que él lo tomara en serio. Ella no quería que fuera serio, quería divertirse un poco y nada más. Se enojó. Ya no voy a jugar, él saldrá cuando se canse de esperar. Se sentó en el sofá, encendió la televisión, y subió el volumen para no oír sus propios pensamientos. No quería pensar en este juego, ni en él, ni en su relación.
Mientras tanto él empezó a preguntarse dónde estaba ella. Figuró que tal vez dentro de la maleta sería un escondite demasiado difícil de descubrir. Intentó a abrir la maleta, pero de adentro era mucho más difícil hacerlo. Empezó a entrar en pánico. Usualmente no se sentía muy claustrofóbico, pero estar atrapado dentro de una maleta es suficiente para activar la claustrofobia en cualquiera. Golpeó la maleta, pero no ella no vino. ¿Dónde está? Se puso realmente nervioso, podía sentir que comenzaba a hiperventilar y no había mucho oxígeno. Intentó a gritar, pero no pudo recuperar el aliento. Los rincones de su visión comenzaron a oscurecerse y de repente, no vio nada.
A la mitad de la peli, cuando ella se dio cuenta que este cabrón debe de haber salido de la casa, decidió que ya no quería ser parte de esa relación. Cuando vuelva, voy a romper con él. No lo soporto más.
Se fue a la cama con una nueva seguridad en sí misma, no iba a aceptar peor trata del que merecía.
La próxima mañana, todavía no había vuelto. Su teléfono iba directo al buzón de voz. Empezó a limpiar la casa nerviosamente… o tal vez con enojo, no pudo decidir. La maleta de sus vacaciones estaba en el rincón del dormitorio. Fue a guardarla, pero era demasiada pesada de mover. Pensé que ya la había vaciado… Ella la abrió y su cuerpo flojo se cayó de la maleta.
Ella gritó y corrió a llamar la policía.