Un blog de creación en español

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Thursday, January 19, 2012

Ana Sophia Radolinski

Agua sucia

Una vez después de unas cervezas, uno de los Sargentos me dijo que nadie nos agradece nada hasta que nos necesita. Después de todo lo que ha pasado en esta última semana entiendo lo que dijo. Por lo general es porque somos militares pero no participamos en guerras. No somos héroes glorificados, luchando por la patria. Desde 1790 solo un miembro ha recibido el Premio de Honor. No tenemos grandes pistolas ni bombas poderosas. Somos algo diferente. Protegemos la humanidad. Salvamos la humanidad. Pero cómo puedes elegir entre la gente. Me alisto en la Guardia Costera para proteger a la gente, para salvar a la gente. Nadie me había contado el otro aspecto de todo esto. No estoy listo para jugar a ser Dios.
Nunca olvidaré el agua sucia y oscura, cubriendo aquellos barrios. El sonido vibrante de las palas del helicóptero girando sincronizadamente con los latidos de mi corazón. Y la gente, cómo se puede describir a la gente en los tejados, en los árboles, sobre barcos creados por escombros. Cada persona revelando su miseria, buscando maneras de sobrevivir, sufriendo. Pero en aquel momento cuando oyeron las palas, y giraron para ver lo que venía transformó sus expresiones. Me imagino que cuando vieron la insignia “US COAST GUARD” en blanco, azul y naranja, fue un momento de incredulidad. Ví en sus caras, en sus voces gritando, en sus brazos saludando, una mezcla de desesperación y esperanza. Como déjá vu volamos sobre Nueva Orleans buscando gente, regresamos a los campos de refugiados y salimos de nuevo. Mientras hubiera gente que nos necesitara, no teníamos planes de parar. Horas tras horas viendo aquella desesperación y esperanza.
El sol fue cambiando de color como solo hace sobre el océano. Aterrizamos en el tejado de una gasolinera. Dos familias estaban en la esquina de aquel edifico. Unos niños tirando piedras al agua. Una de las madres agarrando unos marcos y una caja de joyas familiares.
-Solo tengo espacio para cinco. Dame los niños. Las madres.
Bajo su desesperación apareció la duda. Para gente acostumbrada a dudar de la autoridad, después de 36 horas en el tejado de la gasolinera la poca fe que tenían antes no había sobrevivido.
-Regresaré. Los hombres deben esperar aquí. Volveremos. Te lo juro.
No tenía tiempo para convencerlos. De tener más tiempo explicaría que mi trabajo era más que eso. Es mi vida. Siempre recuerdo lo que nos dijeron al principio; en el campamiento de entrenamiento: estás alistado en el servicio de salvavidas, cada segundo que malgastas alguien puede morir. Mi dedicación venia de un lugar puro y inocente (pero lo más fuerte que conozco) de servir algo más de mi humanidad. Ni puedo explicarlo a mí mismo. Lo único que sé es que es algo que necesito hacer cada día. Me levanto por las mañanas para ello y me acuesto por la noche sabiendo que he cumplido la misión. Son sentimientos demasiados complejos y abstractos para expresarlos con solo unos segundos. Ojalá tuviera más tiempo.
Para el crepúsculo volábamos para la gasolinera. La luz magnífica sobre el petróleo y los químicos en el agua: la llanura de agua como un arco iris grotesco.
-Vete para la derecha. Están dormidos allí.
Mientras bajábamos el sentimiento inquieto en mi estómago se hacía más profundo. Bajaba del helicóptero y me acercaba a los dos hombres. A diez metros ya podía ver la sangre desplegándose sobre las piedras finas cubriendo el tejado.
Robados y muertos a manos de unos ladrones. ¿Habría sido unos segundos malgastados? Cómo podía saber que cuando regresáramos treinta minutos después estarían muertos.
De los cientos de gente que mi equipo salvó aquel día solo pienso en los perdidos. Después de todos los agradecimientos y los abrazos y las caras llenas de gratitud lo más claro de la memoria es el momento en que elegí dejarlos atrás sin protección, el momento en que por mis decisiones terminaron su cuento, el momento en el cual tras el crepúsculo veía desde el helicóptero sus cuerpos en el tejado de la gasolinera, rodeado por el agua oscura, llena de pesadumbre.

Margaret Pichardo

Adolescencia

Es esa hora del día cuando las diminutas células comienzan a desparramase por las venas que delinean su cuerpo, recorren sus ojos, el cuello, incrementando la sensibilidad que algún día permitirá el gozo, rastrean también su pecho y esos pequeños senos que tratan de alcanzar su plenitud, baja por su abdomen circulando el ombligo y deslizándose hasta llegar al pubis, allí ejerciendo su mayor efecto. Con los ojos cerrados y bajo la ducha ella recorre su cuerpo con manos temblorosas colonizando cada pulgada de su piel, descubriendo lunares ocultos y sensaciones que extranjeras. Abre los ojos y el agua los ahoga, escucha la voz de su madre muy lejana llamando, sin embargo no se mueve, paralítica por el éxtasis que controla su cuerpo, más bien esa región por donde sus dedos se van deslizando y que le impide mover músculo alguno. El tiempo se detiene, el corazón palpita veloz, y las mariposas en su estomago casi como cólicos le dicen que ha llegado al punto de que tanto escucho hablar, el sector que su madre nunca menciona por que es pecado, que la hace enrojecer cuando sabe de que sus amigas están hablando. Esa mañana una palpitación extrañaba fuera de la que conocemos comúnmente le llamó la atención. Creía tener alguna idea de que era porque ya en la escuela la tenían saturada con el tema de la pubertad, los cambios hormonales, esos cosquilleos que podrían sentir al tocar ciertas partes, al ver ciertas cosas, pensó que talvez era eso que sentía. Unas cosquillitas que hormigueaban por su cuello y las yemas de sus dedos y se esparcían como plaga por su abdomen, sus pies, y esas áreas extrañas y sensibles detrás de las rodillas y delante del codo. Todo porque el chico que tanto le gusta le dio su primer beso francés aquella tarde. Fue una sensación extraña pero a la vez placentera. Sentir un órgano extraño dentro de ti, acariciarlo y a la vez sentir un poco de asco, pero no poder decir que no te gusta porque sabes que quedarías mal enfrente de él y tu amigas, pensó mientras el chiquillo la besaba. Se propuso investigar más sobre el acto de besar, lo que la llevó a una series de imágenes nunca esperadas pero que despertaron cosas imaginables. Y ahí está, el agua recorriendo su cuerpo, la fabrica de hormonas enloquecida sin imaginar el gran trabajo que le espera con esta chiquilla. Ella, en ese instante cuando la mente se te vuela y pierdes el conocimiento por unos milisegundo, y los diminutos espasmos se apoderan de sus piernas logran penetrar sus cuerdas vocales y un pequeño gemido se le escapa. De repente, abre los ojos y mira hacia su abajo, enrojecida saca sus deditos y se queda por un largo rato pensando si es pecado sentir lo que ha sentido.
Ana Sophia Radolinski

El hoyo de arena

-Llevamos horas caminando. No sé cuánto más puedo soportar.
-Ánimo. Siempre hay esperanza.
-Si tú lo dices. ¿De verdad crees que podemos llegar?
- Bueno en nuestra condición nunca se sabe.
-¿Queda más agua?
-No. Ya no.
-Vaya por dios. ¿Qué vamos a hacer?
-Una vez vi en un programa de la tele un hombre bebiendo su propia orina para sobrevivir.
-Qué asco. Me moriría antes de hacerlo.
-¿Y si no hay opción?
Su pregunta reverberaba por la arena. Ni siquiera había arboles, aunque el aire caliente subiendo hacia el cielo le dio la impresión de caminar por un bosque denso. Ante un desierto así, la esperanza no tenía suficiente fuerza para luchar por mucho tiempo. En la expresión de su compañero, vio la desesperación que sentía pero no quería, o no podía, admitir. Una ráfaga de viento lleno de balas doradas lo atacó y dejo de caminar. Al abrir los ojos, lo vio. Con asombro, empezó a correr.
-¡Venga! ¡Corre! Ya lo veo.
-Ya sabes que no puedo correr con mi pierna así. Vete. Te estoy siguiendo. Después de unos segundos, llegó jadeando a la fortaleza. En frente del general, saludó.
-General, no se puedo expresar cuánto me alegro de verlo.
-Siento lo mismo soldado. Pero, por cierto, qué triste que no hayas podido regresar con nadie más. Debe haber sido una batalla sangrienta.
Con pánico, el soldado buscó el horizonte pero sólo encontró un yermo inmenso.

Xavier Andres Winslow

El dios de los judíos estaba haciendo una campana contra los dioses de Egipto. En el mundo de los humanos, las plagas habían sido sueltes, mientras en los pasillos dorados de la tierra del este, donde los dioses paganos de Egipto reinaban en majestad, los ejércitos del dios de los judíos peleaban contra las almas de los faraones antiguos. Los pasillos estaban llenos de los gritos de inmortales, dioses y arcángeles cayendo a todos lados. Llamas explotaban de los cuerpos de los inmortales, y en la tierra, los humanos miraban así al cielo, donde relámpagos en colores desconocidos a ojos mortales tronaban. En el cuarto de tronos, los trece dioses egipcios más poderosos se congregaran para la última confrontación entre ellos y el dios de los judíos. Mientras los dioses minores se sacrificaban luchando contra el dios y sus ángeles, los trece habían empezado una gran transferencia, lo cual nunca se había intentado en los anos incontables de existencia. Las puertas del cuarto de tronos, grabada con imágenes de los triunfos de los dioses de Egipto, fueron tiradas por dentro, y una luz insondable se apareció. Al último momento posible, los trece dioses destruyeron sus cuerpos inmortales, mandando sus espíritus a la tierra, entrando y cambiando los cuerpos de trece humanos normales. Los cuerpos de esos pobres inocentes se hicieron como mármol, duro y perfecto. Donde antes habían sido coloreados los ojos, se cambiaron a puros negros. Solo los cuerpos que habían sido feos, se cambiaron en rostros de belleza terrible y desconocida. Esa noche, entre los gritos de madres egipcias que habían perdido el mayor hijo, entre los fuegos y ríos de sangre, nacieron el género vampiro.
El presente
Tyler Latifi abrió un lentamente, tratando de no vomitar con el movimiento minúsculo. Alado de él, un cuerpo desnudo estaba acostado. Tyler se levanto con cautela, y se cruzo a la chimenea de mármol. Cogiendo uno botella abierta de vodka, tomo un trago profundo.
“que desayuno” pensó Tyler, tomando otro trago profundo. Todavía cargando la botella empezó a dar una caminada por los cuartos del suite donde se estaba quedando esa semana. Los cuartos estaban totalmente destruidos. Las alfombras, los mueblas, todo era un verdadero desmadre. La tele la habían arrancado de la pared, y se parecía que alguien había prendido un pequeño fuego en una esquina de la sala. Tyler no se recordaba de nada de lo que había pasado la noche anterior. Regresando a la recamara, le dio una mirada al cuerpo inerte, pensando por un momento que la chica estaba muerta. Fue recompensado por su preocupación cuando la chica desnuda empezó a toser violentamente y vomito alado de la cama. Riéndose, Tyler se metió a la ducha para quitarse la suciedad de la noche.
Hoyo su teléfono timbrar, pero no lo alcanzo. Al marcar su voicemail, oyó la voz insoportable de su madrastra. Porque su padre se había casado con una bruja como ella, nunca lo entenderá.
“Tyler, porque nunca contestas! Oye, mañana es la cena con el presidente, y tu padre y yo ordenamos que asistas. Es necesario que los paparazzi tomen fotos de las dos familias completas, para fomentar la imagen de la unidad familiar. Si no te apareces, no recibirás un centavo más! Te lo juro. Y ponte algo decente, siempre te ves como un junkie.” Clic.
Pendeja, pensó Tyler. No me puede tocar mi dinero. Tengo mejores abogados que ella o mi padre.
Prendiendo un cigarrillo, aspiro profundamente, y empezó a buscar algo que ponerse. Poniéndose unos jeans y una chaqueta de tuxedo un poco arrugada. Ni parando para meterse zapatos o ponerse una camisa, abandono la suite de hotel, cargando nada pero la botella de vodka, ahora un poco reducida, y sus cigarrillos. En el lobby, entre las miradas de los clientes ricos y conservadores, fue y cogió sus llaves del concierge. Prácticamente se tiro detrás del timón de su lambourghini, aventando su botella de vodka en el asiento de pasajero. Arrancando súbitamente, empezó a manejar al aeropuerto. Usando una mano marco a su pilota.
“Dimitri, empieza los procedimientos, llego en veinte minutos y quiero estar en el aire en treinta. Ya me canse de los ángeles. Vamos a Nueva York. Se me antoja un clima más frío.” Con eso aventó el teléfono, y cogió un cigarrillo. Titubeando con el encendedor, se paso un alto y casi se llevo de encuentro otro caro. Inhalando profundamente, alcanzo la botella de vodka y tomo un trago profundo. Ya era tiempo para dejar esta ciudad.
Entre las torres inmensas de Manhattan, existe un edificio parecido a los otros, excepto una diferencia. Enzima de él, extendiendo así al cielo, hay un pirámide construido totalmente de vidrio. En este edificio, deseos negros se hacen realidad. En esta torre de muerte, los seres malignos, tomadores de sangre, existen y se divierten, empleando como su estadio todo la cuidad.
Tyler se estaba vistiendo para una fiesta. Habían aterrizado hace unas pocas horas. Había tomado un lunch lujoso en uno de sus restoranes preferidos en el upper west side con un diseñador famoso. Había tomado mucho champagne en lunch, y había tenido que tomar una siesta. Se había despertado cuando su teléfono timbro. Uno de sus amigos le había mandado un mensaje con la locación de una fiesta buenísima. Tyler se miro en un espejo el tamaño de la pared. Atrás del, en la reflexión, las luces eternas de la cuidad pulsaban, setenta pisos debajo del. La noche acababa de oscurecer, y el cielo todavía tenía un toque de morado. Tyler admiro su reflexión, el cuerpo, flaco por drogas y por descuido, su pelo, rubio y despeinado. Andaba una cadena hecha de puros diamantes, y se había vestido todo de negro. Soplando humo de su cigarrillo, tomo otro trago de champagne, para currar los últimos vestigios de resaca que le quedaban de su lunch. Cruzando a una mesa hecha de espejos, corto otra línea de cocaína y la esnifo. Sonriendo, prendió otro cigarrillo y cogió el teléfono. Marco al concierge, y le pidió tener un caro listo para él a las doce y media de la noche. Miro a su reloj, oro con diamantes. Tenía todavía una hora antes de irse. Sonriendo, le marco de nuevo al concierge.
“me hace otro favor? Mándeme unas muchachas. Estoy un poco aburrido. Y cambia el carro para la una de la madrugada. Gracias.”
A la una, Tyler, vestido de nuevo, se salió de su suite y bajo al lobby. Estaba parado debajo de el toldo metal inmenso del hotel, esperando su carro, y estaba lloviendo. A Tyler, le encantaba la cuidad cuando llovía. A su modo de ver, Manhattan no se veía bien en tiempo de sol. Era una ciudad de noche, de luces artificiales. Fue sacado de su ensueño cuando el chauffeur le abrió la puerta del mercedes negro. Tyler le dio las gracias, y se metió.
El mercedes se metió a la línea larga que estaba enfrente del hotel Standard. Paparazzi estaban a cada lado de dos puertas altas en el lado del hotel. Detrás de la cuerda de terciopelo, Un hombre inmenso y una chica delgada chequeaban los nombres de la gente en la línea, asegurándose que estaban en la lista para la fiesta de esa noche. A la mayoridad de la gente no las dejaban entrar. Cuando el mercedes de Tyler se acerco a la puerta, un hombre le abrió la puerta y lo reconoció inmediatamente.
“señor latifi. Que gusto de verlo de nuevo. Por favor sigue me.” Escoltado por el hombre, Tyler pasó a toda la gente esperando en la línea inmensa, y fue llevado directo a la puerta. La chica encargada con la lista le dio un beso en el cachete, y lo dejo pasar. Tyler se metió a un elevador de carga pintado negro. Prendió un cigarrillo mientras el elevador subió al dieciocho piso. Cuando las puertas industriales se abrieron, Tyler fue asaltado por la música fuertísima. El disco estaba totalmente llena, la gente empujándose hasta que estaban aplastados contra las ventanas que eran del suelo al techo. Afuera, todo el Hudson y Jersey eran visibles. En medio de el piso, una piscina pequeña estaba llena de gente joven, muchos de ellos en varios estados de desnudes. Arriba de ellos, una pelota inmensa de disco daba revoluciones lentas, tirando rayos de luz blanca y rojo en las paredes negras. Tyler sonrió y cogió una botella de vodka que estaba en una mesa. Tomando profundamente, se acerco a la piscina, y quitándose todo menos sus calzoncillos, se tiro adentro.
Había perdido todo sentido de tiempo. Había estado bailando por horas, había tomado una cantidad espantante, y había terminado toda su cocaína. Verdaderamente, se le había terminado cuando se le cayó en la piscina. Totalmente tronado, borracho, estaba a punto de irse de la discoteca cuanto vio una mujer rubio más bella que todas las modelos que estaban en la disco. Su presencia era etérea, su pello brillaba. Se le acerco y le dio una sonrisa. Si no hubiera estado tan borracho, tal vez se hubiera fijado que la sonrisa de la chica bella no era totalmente natural, que los ojos, cuando la luz los cachaba de una manera, brillaban como los ojos de un gato. Su piel era muy perfecta, y no registraba ni uno emoción en su cara. Tyler se sintió marreado, perdido en sus ojos. No podía captar lo que le estaba pasando, y vagamente pensó que otra vez alguien le había metido algo en su trago. Antes de perder el conocimiento, lo último que vio fue la sonrisa de la belleza, terrible en su desnaturaliza.
Regreso al conocimiento en dolor terrible. Todo su cuerpo estaba en fuego. Con la luz débil, podía ver que su cuerpo estaba cubierto en suciedad y moretes. Su cuello le dolía más que todo. Levantando su mano así a su cuello, vio que le estaba sangro lentamente. En un pánico, trato de levantarse, pero sus piernas no lo soportaban. Empezó a gritar. Grito para lo que para él fue una eternidad. Al fin, escucho que alguien estaba llegando. Al abrir la puerta, tuvo que cubrir sus ojos de la luz intensa que entraba por el pasillo. Al fin, pudo ver que el otro ocupante del cuarto era la misma mujer que había visto en la discoteca.
“que me has hecho puta?” le grito. “sabes quién soy? Quien es mi padre? Están jodidos, tu y todos tus compatriotas. Si es dinero que quieren, pudiera comprar a vender mil de ustedes. Se los pagare, pero no creas que vivirás para disfrutarlo pendeja.”
Sonriendo, la mujer se acerco. “oye, querido, como me entretienes. Sabes, que si no fuera por una gota de sangre ancestral, tu cuerpo estuviera debajo del Hudson ahorita. Si uno de los antiguos no hubiera olido tu sangre pura, te hubiera devorado como el bocadillo que eres.”
Totalmente confuso, Tyler se quedo mudo, viendo a la mujer, convertida en diabla. Sus ojos eran totalmente negros, su boca distendida por los dientes carnívoros. Atrás de ella, otros estaban entrando en el cuarto.
“que quieren conmigo?”
“yo. Nada. Ya me comí a otro. Pero ellos piensan que eres especial. Que eres parte de su profecía antigua. A mí no me importan cosas así. Pero la palabra de los antiguos es ley, entonces te dejo en su cargo cariño. Con eso, dio la vuelta y se fue. Tyler quedo viendo a los que estaban entrando al cuarto. En una parte remota de su mente, la parte no totalmente consumida por terror, conto doce individuos en su cuartito. Una mujer con pelo negro lustroso se le acerco.
“disculpa por Nadia, es un poco impetuosa. Permíteme de introducirnos. Somos los doce, pronto los trece, y estamos honorados de haberte encontrado. Si me permites explicar: Nadia estaba a punto de disfrutar tu sangre sabrosa cuando pase por su recamara. Nosotros tenemos un sentido de olor incomparable. Y tú, me querido humano, huelles exactamente como alguien que nosotros pensábamos perdido por eternidad.”
“pero que dices vieja? No sé de lo que me hablas. Quienes son ustedes? Que quieren conmigo? Pagare lo que deseen, nada más por favor. Por favor déjenme ir!”
“Eres tan ignorante que no entiendes lo que somos?!” dando la vuelta, dijo algo muy rápido para entender, y entro un hombre arrastrando una niña pequeña de cinco o seis anos. Ni parpadeando, la mujer agarro a la niña y le rompió la garganta con sus dientes. Entre los gritos de Tyler, le tomo toda la sangre a la pequeña niña y aventó su cadáver en la escina del cuarto. Limpiándose los labios delicadamente con un pañuelo de seda, le di una sonrisa a Tyler, que estaba llorando.
“ahora lo captas, creo. Muy bien. Prepárate, mentalmente. La próxima noche, ceras uno de nosotros”
“pero porque?” lloro Tyler
“porque? porque en tu sangre esta codificado la esencia de nuestro hermano, perdido por todos estos milenios. Porque finalmente vamos a llenar la profecía anciana y tomar nuestra venganza. Estas cosas no entiendes, pero lo que se que si puedes entender es que te estoy ofreciendo juventud eterna, sin preocupación de enfermedad. Más dinero que aunque tú te pudieras imaginar. Más poder que tu padre patético. Más poder que todos los líderes del mundo. Te prometo, lo disfrutaras. Que dices?”
“puedo tener un cigarrillo?”
Sonrió la mujer. “nos vemos la próxima noche. Va haber una fiesta que nunca te la olvidaras.”
Tyler fue despertado por dos sirvientas humanos. Le tomo un instante para fijarse que eran gemelos.
“Señor, por favor nos sigues? Tenemos que presentarlo al cuidador del vestuario.”
Lentamente, Tyler siguió a los dos gemelos. Se salieron del cuarto en un pasillo muy lujoso, con ventanas grandísimas. Por un lado, Tyler podía ver central park. Por el otro lado, las torres de Manhattan brillaban. Llevaron a Tyler a un cuarto inmenso dominado por varios armarios antiguos. Un hombre viejísimo, vestido en una vestidura de lana. Le hizo una reverencia a Tyler.
“si me permite, Señor, tengo que vestirlo para la ceremonia de esta noche. Hay algo que necesita?”
Aunque no había probado alimento por días. Lo único que Tyler le pidió era un cigarrillo. Agradeciendo al viejo cuando se lo dio, Tyler lo prendió y por la primera vez en días sonrió.
“bueno pues hombre,” dijo Tyler, soplando humo, “vísteme. No creo que tengo ninguna opción”
“no, mi señor, no creo que tiene”
“es verdad lo que me conto esa diabla? Que todos ustedes son vampiros?”
“yo no lo soy señor. Ese honor nunca me lo concedieron. Pero tengo el honor de vestir a los antiguos por todas las ceremonias. Y esta ceremonia nunca ha sido duplicada. Estoy verdaderamente honorado de poder vestir al decimotercero antiguo. Ahora si me permite bañarlo.”
Cuando había terminado de bañar a Tyler, saco varias cajas de Madera ancianas. Primero, saco unos pantalones negros de \terciopelo. Encima de eso, le puso una faja hecha totalmente de plata, con la lengua enfrente típica de los faraones de Egipto. Después, le puso a Tyler un collar enorme de jemas y plata. Encima de todo le puso una vestidura ceremonial hecha de hilo de plata. Después le pinto la piel a Tyler con pintura plateada, y los ojos con pintura negra. Al verse en el espejo, Tyler dio un suspiro. Se veía como una de las pinturas en los templos de Egipto. El sirviente anciano hizo otra reverencia, y llevo a Tyler por otro pasillo, esta, alumbrado totalmente por candelas. Entraron en un cuarto inmenso, en forma de pirámide, construido totalmente de vidrio. Afuera, todo Manhattan se extendía debajo de ellos, brillando. En el piso de mármol, sienes de sillas estaban llenadas por gente misteriosa y bella, terrible en sus trajes antiguos. En el medio del piso había un altar hecho totalmente de plata, grabada con escenarios terribles. Atrás del altar estaban los doce antiguos. Alado de ellos había in hombre inmenso desnudo, deteniendo un bastón grande hecho de vidrio alado de un gong. A un señal silencio, el hombre quebró el bastón contra el gong, y los doce empezaron a bailar, cortándose los pies en el vidrio roto. Continuaron su baile macabro, hasta que un cáliz de plata estaba llena de su sangre. La mujer llevo a Tyler por la mano, y lo acostó en el altar. Uno por uno, los doce le tomaron la sangre. Cada vez que estaba a punto de morir, la mujer traílla la cáliz, y forzaba a Tyler tomar. Cuando este proceso había sido repetido doce veces, la mujer cubrió a Tyler con tela negra. En el altar, Tyler empezó a gritar. Su cuerpo estaba lleno de hielo y fuego. Sintió mil espinas en sus venas, las espinas se fueron una por una a su Corazón, donde se colectaron. Sintió cuando su cuerpo murió, cuando su Corazón paro de palpitar. Dio un grito más, y fue silencio.
Tyler se levanto y miro el mundo con sus nuevos ojos. Era indescriptible. Las estatuas se movían y después eran tranquilas. Varios pisos debajo del, con sus nuevos hoyidos, oyó a un ratón correr en terror adentro de las paredes y sintió cuando fue matado por una trampa. Vio a una mesa a cien metros, y podía ver los pétales de la rosa encima de la mesa muriendo, los pétales cambiando de blanco a café una molécula por molécula. Podía ver el proceso de pudrirse que le estaba pasando a la flor. Podía ver este mismo proceso en los humanos presentes en el templo, y realizo, con certitud, que él ya no era humano, y no le importaba.
Dio una sonrisa y dijo “tengo hambre”. Le presentaron un niño, tal vez más joven que la niña que había visto matado ayer en su cuarto. Cogió el niño por su cuello, y le rompió la garganta. Nunca en su vida mortal había sentido un sabor mas delicioso ninguna droga le había dado en las mismas sensaciones, el mismo gusto. Sintió cuando el corazón del niño paro. Sintió la última gota de sangre pasar por sus labios. Aventó el cadáver del niño como una muñeca, y dio la vuelta para ver a los antiguos.
Sonrió y les dijo “mas”.

Anita Burgos

Pastillas azules y amarillas

Llego a la casa agobiada hasta los dedos de los pies. Otra noche perdida en la oficina. Aunque mi estómago arde de hambre no tengo ánimo para ponerme a cocinar, ni siquiera para marcar el numero de teléfono para que me traigan un lo mein con vegetales. Arrastrando los pies en el piso de madera como si fuera arena camino lentamente hacia mi recámara. Sé que ahí encontraré mi alivio. Me tiro en mi cama, las almohadas son mi refugio. Las sabanas encuevan mi cuerpo. Casi me voy a dormir cuando recuerdo el detalle definitivo. Extiendo la mano hacia mi mesa de noche y abro la gaveta, arropando mis manos alrededor de una botellita, una pastilla azul aparece en mi mano izquierda. Me la tomo seca sin agua para no diluir su efecto. Trago y cierro los ojos.

El calor en mis párpados me fuerza a abrir los ojos. Me doy cuenta que estoy en una playa vacía. Estoy acostada en la arena y la brisa suelta partículas de arena que se han perdido en mi cabello. Pienso que maravilla sería tener un piña colada para acompañar este paisaje. En ese momento los receptores de sabor en mi lengua empiezan a reconocer la piña y el coco.

Me despierto serena, tal como lo ha garantizado mi pastillita. Me preparo para ir al trabajo pero me sigue molestando mi perro para que lo saque a caminar. Veo que solo tengo una hora para estar en el trabajo. Le tiro una pastilla en su cacharro de agua y acelero hacia el trabajo.

Me saluda el silencio cuando llego a la casa. El perro todavía esta dormido. Será la ultima vez que le doy de mis pastillas. Después de preparar cena e intentar leer un libro me siento al lado de mi ventana. Ahora recuerdo porque me encanta el trabajo. Me aburro de la vida casera. Trato de recordar la última vez que me divertí. En la playa con mi piña colada, en un café con asientos en el patio que vende mi café favorito, subiendo un monte lejano de la ciudad, y en las manos de Miguel. Tropiezo con mis zapatos mientras corro hacia mis pastillitas. Cojo una del pote amarillo nombrado “alegría”.

Me encuentro en una calle llena de gente. Tocan las bocinas de los carros y salgo del medio para que no me atropellen. Me siento relajada entre tanto ruido y tantas vidas extrañas. También el ruido me hace aprovechar el encuentro de un rincón silencioso. Entro a mi café favorito. Me siento en el jardín al lado de la planta de jazmín y por un momento dejo que me arrope el aroma de la flor con el café. Subo la taza de café hacía mis labios y cierro los ojos para apagar uno de mis sentidos esperando que me deje disfrutar el café aun más. Pero cuando abro los ojos de nuevo, me llena la oscuridad de mi cuarto vacío. Entra una brisa por la ventana abierta y dejo que me enfrié y me haga temblar para así sentir algo.

El día siguiente me paso el día pensando en mis pastillas. Hasta el trabajo me esta empezando a aburrir. Abro la puerta de mi apartamento y voy enseguida a mi cuarto. Hoy tomo dos pastillas amarillas para potenciar el efecto. No quiero despertar hasta que termine.

Todo ha aumentado como resultado de mi doble dosis. El azul claro del cielo es tan intenso que lo siento por todo mi cuerpo. Siento azul en mis dedos y en mis papilas gustativas. Los colores ya no son definidos y se han convertido en una fusión. Al tocar un objeto se me embarran las manos. Brinco en el agua y salgo color turquí. Se puede ver cada hebra de la grama individualmente y hasta cada hormiga que le camina por encima. El panorama desde la montaña revela la vastedad pero insignificancia de mi cuidad. Se puede ver tanto más allá que ella. Otras ciudades con habitantes y preocupaciones ajenas. Miguel aparece detrás de mi con su cámara digital.

Me levanto con desilusión. Apenas había llegado Miguel y me tuve que levantar. En el trabajo, me quedo callada. La vida no se compara con la vida de las pastillas. Antes de que el sol se acueste ya estoy en mi recamara con las pastillas. Me tomo dos. Cierro los ojos y veo mi recamara. No hay café, ni gente, ni montañas. Mezclo la azul con la amarilla. Mi ventana, mis sabanas, pero nada más. Dos azules con dos amarillas. Me encuentro en la playa con Miguel. Giro y me pierdo en un vértigo cerúleo y dorado. Siento las horas pasar con cada choque de las olas del mar. De repente siento una perturbación. Una voz lejana de mi conciencia me dice que son las ocho de la mañana. Trato de abrir los ojos, no puedo. Trato de decírselo a Miguel, no me oye. Solo me sonríe y me ofrece más café. Corro hacía el borde de la isla pero me secuestran las aguas. Grito.