Carnaval en el paraíso de la Amazonía
Mi primer carnaval fue cuando tenía diez años, recién llegada al paraíso, después de haber vivido siete años en los Estados Unidos. Había regresado a Ecuador con mi mamá y mis tres hermanos menores mientras mi papá se quedó trabajando en Estados Unidos, -hasta que se arregle nuestros papeles-, decía mi mamá.
La verdad es que no estaba triste sobre la situación, estaba emocionada de conocer el país y el pueblo de los que tanto hablaba y visitaba mi familia. Lo ví como una aventura y oportunidad única. Me acuerdo que mientras mis padres y familia lloraban en el aeropuerto de Nueva York, sin saber cuándo sería la próxima vez que nos encontraríamos, me fui en el avión con la sonrisa más grande del mundo.
Cuando vi los colores vibrantes del sol, del cielo, y de la flora verde por primera vez ya con una conciencia más grande que la que tenía a los tres años, mi corazón se emocionó. Nací en medio de esta selva verde pero para mí sentía que era la primera vez que estaba conociéndola, ya que la última vez que viví ahí tenía solamente 3 años.
La familia de parte de mi papá nos recibió con mucho cariño. Jamás nos faltaba comida o amor junto a ellos. Me acuerdo de cómo nos llevaba a pasear y a comer a lugares diferentes, y cada vez me enamoraba más y más de la Amazonía en la que había nacido. -Mami, ¿por qué nos fuimos de aquí? ¡No quiero regresar a EEUU jamás! Mejor que papi también venga a vivir acá.-
Me di cuenta también de que las reuniones familiares eran frecuentes y normales. No se necesitaba una ocasión especial para reunirse, como era en los Estados Unidos, ya que el trabajo impone tiempo y energía. En el paraíso, almorzábamos juntos todos los que podían o si no cenábamos juntos. Cada semana, siquiera una vez a la semana, íbamos a la casa de mi tía Ali a tomar guayusa con pan.
Una de las noches en la que merendábamos en la casa de la tía Ali, la familia llenó el comedor mientras tomaba su guayusa caliente y dulce. Estaba parada al lado de la isla riéndome de los cachos y anecdótas que se contaban. Mientras se iba callando las risas, hubo un silencio y una tensión rara, todos se habían callado y antes de poder tomar otro bocado de mi guayusa, sentí agua helada caer por mi columna. Alcé mis hombros del escalofrío y doblé mi cuello. Me di una media vuelta y me encontré con la sonrisa pequeña de siempre de una de mis primas mayores, la más callada y más tímida y gentil.
En ese momento no sabía qué hacer ni decir, no estaba enojada sino sorprendida y además, mi primer pensamiento era que tal vez era un accidente. Ella me quedó mirando con su sonrisa sin decir nada y el silencio crecía. Cuando miré alrededor mío, vi que en la cara de cada uno de mis tíos y primos, sonrisas que empezaron a crecer hasta convertirse en carcajadas fuertes.
-Emily, ¡bótale agua a la Vivi!- me dijo mi tía Alicia
Y así fue como empezó mi primer carnaval. Esa noche, la casa de mi tía Alicia quedó totalmente mojada. Mis primos corrían a encontrar baldes para llenar de agua y tirárselos a la persona más cercana y perseguían con más agua a los que les habían botado agua a ellos. Hasta me habían recogido para lanzarme en el tanque de agua que estaba afuera, al lado del lavadero de ropa. Es claro que aprendí este juego muy rápido y con entusiasmo. Se convirtió en una de mis experiencias favoritas.
No aprendí dónde se origina el carnaval, no sabía de qué se trataba, no sabía que era un feriado anual, y en especial no sabía que todo el pueblo y todo el país jugaba. Lo descubrí la semana siguiente.
Hubo desfiles de danzas, carros decorados, cantantes, conciertos, y comida por todo el pueblo. En el colegio, el último día antes del feriado, todos los estudiantes empezaron una guerra de agua, carioca, y maicena de todos los colores. Corría con ellos hasta el parque en donde mi cara, mis brazos, y mi uniforme de camisa blanca y falda celeste se convirtió en un lienzo de azul, negro, y rojo. Era casi imposible sacar el color en mi piel y aun peor el polvo de maicena entre mi cabello. Me quedé pintada todo el día, igual que todos ahí.
El carnaval es algo hermoso, claro. Cuando miras los desfiles y bailarines en su ropa que brilla mientras se mueven, cuando juegas con tus amigos y familia, y en los conciertos públicos y la elección de la Reina de Carnaval. A la misma vez, el carnaval es travieso (¿o sereremos los que jugamos los traviesos?). En la escuela, nuestras maestras nos recuerdan que debemos ser amables y no tirarles bombas de agua ni maicena a los ancianos o bebés. Me pareció un recordatorio raro hasta que un día mi primo me llevó a la terraza del almacén de mi tía con un balde lleno de bombas de agua que íbamos soltando desde arriba cuando elegíamos a una víctima que pasaba por el camino.
El carnaval es travieso e inesperado. Una noche en las piscinas de mi tío, alguien empezó una guerra de carnaval pero no era una cualquiera. Mis primos agarraban a mi prima mayor para tirarla a la piscina mientras yo sostenía el celular de ella que me había entregado ellos (que amables ellos al cuidar el celular de mi prima, ¿no?). Corríamos sin zapatos en el lodo y la tierra despues de haber estado en la piscina y la guerra entre yo, mi primo, y mi prima llegó a su extremo. El agua no era suficiente. Entre yo y el mismo primo con quien botaba bombas de agua en la terraza, tomamos un balde e hicimos nuestra mezcla mágica de lavasa, tierra, y hasta agua del inodoro. El asco que siento hoy al recordarlo, no estuvo nada presente en ese momento. No nos importaba, teníamos que ganar esta guerra de agua. Esa noche, nos fuimos cubiertos de esta mezcla pero felices y cansados.
Solo pude experimentar dos carnavales más hasta que mi familia tuvo que regresar a los Estados Unidos y esta vez, fui yo la que estaba con las lágrimas en mis ojos. Desde entonces, no he celebrado el carnaval, ya que en Estados Unidos no es igual y hace mucho frío en febrero. Además, creo que aquí lo conocen como Mardi Gras, pero no lo entiendo muy bien. Sin embargo, cada año veo los videos del carnaval en mi pueblo y me imagino la próxima vez que pueda jugar carnaval en el paraíso, en el próximo balde de agua que lanzaré, y en las próximas víctimas que bañaré con ese baldazo.
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