Monday, May 11, 2009
Primavera del 2008
Selección de textos de estudiantes del curso de escritura creativa de la primavera del 2008:
Marc Palatucci
¡Hostias!
Intérprete del Gran Mudo, embajador de la utopía
Llevo el ritmo con mi varita plateada
Con el cual riego mis adeptos marchitados
Llevo el ritmo con mi turibulo
Péndulo del cual se escurre el humo que nunca me coloca
Sólo me hace estornudar
Mi cuello almidonado nunca me deja mirar hacia abajo
Y por eso no sé qué me espera bajo mis pies
Ni por qué sospecho que mi cuerpo está deshabitado
Palatucci [su apellido significa "portaestandarte" en italiano]
Un portaestandarte mira sobre el prado
Unos tréboles brotan entre sus botas de cuero
Disfrazadas entre las briznas de hierba
Él finge que sus tribulaciones son nobles
Pero su corazón le recuerda
Que las espaldas de sus antepasados
Machacadas por sus propias suelas
Yacen atrás, adoquines en su camino
Y él, bajo un escudo de armas raído,
y tejido de hilos bastos
Llora el hecho de que su alma enclenque
Nunca alcanzará ni descifrará
La magnitud de sus deudas.
Atormentado, él aplasta los tréboles bajo su tacón.
Escena nocturna
El sol huye de la luna cazadora
Escondiéndose bajo el horizonte
Y a ella le da la rabia.
Frustrada, ella aporrea el cielo
Magullándolo
Una sangre negra purpurina sale a la superficie
Tragando las nubes
Hundiendo el azul celeste en la bilis de la pesadumbre
La Diana mocosa, vestida de blanco, hace pucheros en su rincón
Mientras su víctima sangra en silencio
Dejando caer una llovizna de lágrimas
Y cuando la luna se retira por fin
Y el sol mira a hurtadillas para asegurar que ella se ha ido
No levantamos y vemos en las hojas
Una capa de rocío.
Elizabeth Black
La médium de la feria
Con un ritmo fijo las noches pasan sobre mí.
Las norias han parado de girar,
sin maquillaje andan los payasos,
los monos en sus jaulas
se han cansado de bailar.
Deshago mi tienda,
charlo con la misma gente,
compartimos los mismos chistes,
y preveo todo sin echar una mirada
a la plata turbia de mi bola de cristal.
Desaparece la ilusión de la feria
y me siento con una fuerza triste
la monotonía que llena mi cuerpo,
que obliga a que mis huesos se muevan.
Noche tras noche,
Sólo los mapas cambian.
Me duermo.
Pueblo tras pueblo,
Los rostros de los hijos
de los campesinos,
una visión preciosa del pasado,
como un sueño lavado
en el polvo del campo.
Una actriz sin escenario,
una gitana falsa soy yo,
la creadora de ilusiones
con una capa de humo
y una risa espantosa.
Un juego es mi vida,
Un engaño divertido,
mi trabajo.
Y me canso de viajar,
de vivir una vida
que vende mentiras
a los hijos de los campesinos
porque
en los momentos finales de su juventud,
en los momentos primeros de mi vejez,
miran mis tarjetas con interés efímero,
y me olvidan antes de que
aún se hayan ido.
Paloma White
El cuento fantástico
Existió una vez un cuento fantástico. De pequeño los demás cuentos se burlaban de él por ser distinto. Con la adolescencia le crecieron todo tipo de complementos corpóreos inesperados. Por ejemplo, en el medio de su espalda empezaron a salir unas plumitas, que le hicieron sentirse sumamente acomplejado por lo cual adoptó la costumbre compulsiva de arrancárselas, especialmente cuando se sentía inquieto. Esta manía le dejó unos granitos que luego resultarían difíciles de disimular. También le cambió la voz. El tono se hizo místico, y adaptó un deje a menudo nebuloso, de manera que a veces había que descifrar lo que él quería decir. Era un pobre incomprendido. Desarrolló además el molesto tic de entrar y salir involuntariamente de la realidad, como si fuese el objeto de recreación de algún caprichoso ser invisible ejerciendo sobre él su total voluntad. Esto le causaba especial tormento en la escuela, ya que sus tutores lo castigaban cuando de pronto se interrumpía el lógico y predecible progreso de su trama, saliéndose por completo del marco escénico. Al regresar, los otros cuentos, fascinados, le acosaban con sus preguntas: ¿A dónde había ido? ¿Qué otros poderes tenía? ¿Podía hacerles también desaparecer a ellos? Algunos hasta intentaban imitarlo, sin lograr nunca el mismo efecto. La verdad es que él no recordaba nunca su otra realidad. Solo sabía que siempre después de cada ida y venida se notaba un nuevo cambio. Más bien no se daba cuenta, cuando estaba desaparecido, de que estaba siendo convocado a su propia historia. Poquito a poco iba creciendo, acabando por desarrollarse las verdes expresiones de su forma, hasta llegar a un punto de madurez, en el que el ente invisible, estimándolo completado, puso fin a sus apariciones mágicas. Desde aquel entonces ya no más volvió a desparecer de su mundo entre cuentos, siendo irremediablemente fijado al papel.
Eric Hickey
Fotografía
A ella no la conozco.
Yo diría que a su marido tampoco,
pero desinfectó mi herida en vodka,
como yo había hecho con la suya,
cuando nos rebanamos los dedos.
Hermanos de sangre y no recuerdo su nombre
Y ya llevo su mujer en mi bolsillo,
la única foto que llevo.
Planetas en el fondo, foco suave, asqueroso,
la desconocida me cuenta su secreto,
escrito al dorso:
No importa
Que tan lejos estén nuestras vidas
Pero entre más lejos mas te quiero
Tuya por siempre
Gracias, señora, y no le digas nada
Accidente
Lo pone en marcha,
Mira hacía la derecha, hacía la izquierda
El motor gruñe, las ruedas despegan del pavimento
Unos microsegundos, nada mas,
Su coche se casca
Su yema de sangre goteando al hormigón
Encima del témpano de hielo...
Encima del témpano de hielo se clavan los colmillos de mi bota.
Con cada mordisco crujiente me acuerdo de mi abuelo
‘Veinte pulgadas de nieve’ decía ‘y cuesta arriba siempre.’
El aullido congelado me envuelve el cerebro con un par de manitas frías.
‘Sin zapatos,’ juraba, ‘ni siquiera arpillera para hacerme chancletas.’
Ninguna idea de la hora, es el amanecer de melaza.
A estribor trepa el sol, también a babor.
Doy la vuelta completa con la brújula, ubicándome
Orientado hacia el sur, aprendo, desde cualquier ángulo
Yo tirito
y trago
y sigo adelante
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