Un blog de creación en español

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Wednesday, May 20, 2020

Uriel Vázquez: escritura creativa 2019


El título no elegido

Eran las 4 de la mañana en la tercera semana de abril del año 1951 cuando el destino de Jack Kerouac fue decidido por los dioses. En estos tiempos la maravillosa ciudad de Nueva York era la residencia de todo poeta, escritor y bohemio (gente dedicada a cambiar el mundo). Los famosos miembros de la generación Beat habitaban el barrio Greenwich.

En el Gaslight Café, con un cigarro en la mano, y una copia de Hojas de hierba sobre la mesa, Allen Ginsberg se sentó profesando un sermón sobre lo que significaba ser autor. Habló de su experiencia como habitante de un mundo raro y extraño. Convenció a las chicas del local que el dedicarle la vida a la escritura significaba estar enamorado de la vida y dispuesto a sacrificar todo en un instante por la gloria del arte. Dijo que la vida informa al arte y sin vivir a toda la capacidad es imposible escribir algo que alcance el estatus de literatura. Recitó un poema y explicó que la vida y la escritura es una, y coexisten como piezas de arte que informan uno al otro.

-Pero la escritura en sí, es vida- interrumpió Kerouac– en el momento que la palabra se escribe y es leída por alguien más, la obra pierde posesión del autor, la escritura es universal, la escritura nunca muere, nosotros sí….mi trabajo seguirá cuando carne y hueso me falte, el escribir es aceptar morir. Con esas palabras se retiró y se desapareció a su apartamento.

Como de costumbre en la vida de este poeta bohemio, cada noche de escritura larga y solitaria era acompañada con el abrazo de una botella de whiskey. Esa noche su amigo fiel fue media botella de Johnnie Walker Blue con unas pastillas (para la inspiración). Esa última noche fue en la que el manuscrito aún no nombrado “On the Road” se había acercado más al fin. A las dos de la mañana le faltaban diez páginas que escribir para concluir su gran obra maestra. Es allí cuando decidió salir a la calle MacDougal para fumar el último cigarro que le quedaba. Mientras contemplaba visitar una vez más la tienda de licor que le quedaba en la esquina, sintió una ola de algo, lo que esperaba que fuera la última inspiración que necesitaba. La mezcla de alcohol con medicina le hizo efecto, y el único arte que creó fue una pintura el la pared de vomito, sangre y bilis. Pero esa mancha no era nada extraño para los vecinos que vivían en esa calle.

Unos momentos antes de regresar a su apartamento, Ginsberg lo vio por la ventana. Contempló visitarlo, pero decidió mejor esperar hasta el próximo día. Mientras tanto Kerouac estaba en el proceso de escribir “Y en América, cuando el sol baja, y me siento a mirar los cielos altos sobre Nueva Jersey pienso sobre toda la tierra que abarca hasta llegar a la costa oeste, y la carretera, y la gente que sueña en ella, pienso en Dean Moriarty, pienso en Dean Moriarty”. Justo después de escribir ese punto final se toma otra copa, celebrando el gran éxito que ha logrado, lo único que le falta es un título. Sobre una página en blanco escribe “On the Road by Jack Kerouac”, pero inmediatamente después lo tacha. Dos tragos después busca su caja de cigarros pero no la encuentra. En ese momento, embriagado totalmente, lucha por respirar, todo se vuelve oscuro, trata de abrir los ojos pero no hay remedio, la oscuridad lo abraza. Se tira al suelo, intenta gritar pero ni un susurro se escapa de su garganta, y en un charco de orina, alcohol, vomito, y sangre, su cuerpo cae muerto. Sin título deja su obra maestra en el escritorio, lo único que vive es la esperanza de que alguien lo lea, que alguien lo publique, que a alguien le interese lo que cuenta.

La próxima mañana Ginsberg entra al apartamento y ve el cuerpo de Kerouac tirado en el piso. Se acerca al cadáver, cuando nota el manuscrito en el escritorio. Sin pensarlo dos veces se sienta y lo lee todo. Su cara no cambia, estoico con una sonrisa dolida saca un cigarro, lo prende, lo fuma, y quema el trabajo de su gran amigo. Quema la vida de su prójimo. Mira las cenizas bailar entre ellas y se le escapa una lágrima.

Las mentiras son…

De chico me contaron la historia de Adán y Eva, que la mentira los condenó y con ellos a la humanidad entera. Supuestamente el acto de engañar trajo la moralidad, el bien, el mal, y más que nada los deseos terrenales (y la falla que implica, por supuesto). Me dijeron que la ignorancia es lo que libera, y el conocimiento que condena. Pero no. La manzana, fruto de la vil escoria, nutre nuestra fundación como raza humana, y el acto de mentir es lo que nos libera.

Supongo que una noche Eva tuvo que decir, me cansé de ser domesticada y me dieron ganas de vivir. Y por el acto de vivir es que uno decide mentir. De lo prohibido nace el instinto humano que es el engaño. Y con un acuerdo colectivo y silencioso, así nos permitimos seguir el juego.

También me contaron de Romeo y Julieta y lo bello que puede ser el amor. Aprendí que el amor (la falacia más antigua y más tierna que hemos inventado) justifica las fallas y los pecados. Que no importa el homicidio, suicidio, y la traición, si es en el nombre del amor. Me dieron a entender que en esta vida no importa lo que haces ni a quien lastimas con tal de que las intenciones sean buenas. Y con eso la mentira crece.

Una vez leí el poema de Layla y Majnun, y aprendí que el deber social es para el hombre y es muy breve, pero el deber artístico basado en amor, eso es para siempre. En este cuento el hombre Majnun falla a su tribu por amar a Layla (la que no le pertenece) y dado a esto, la locura lo domina y vive como salvaje fuera de la civilización. Al vivir lejos de su amada, recita poemas al viento, y así salva lo que le queda de sabiduría y sensatez. Mueren lejos de uno al otro, y la esperanza de un cielo rescata y revive el amor que estuvo a poco de morir.

Aquí es cuando se mezclan las líneas entre la mentira y la verdad. El arte es ¿la mentira basada en la verdad? o quizás ¿la verdad basada en la mentira?

El ser artista obliga a ser franco, a ser audaz. Pero en el momento que hay un deber a un público o a una audiencia, viene a jugar el juego que la raza humana ha aceptado desde Adán y Eva. El arte urge a uno reinventar, y al hacerlo jugamos con la mentira, pero nunca olvidamos la verdad. Es aquí cuando vemos un cuento de ficción que dice más verdades que un periódico.

Si el mundo de un artista, mejor dicho, la perspectiva de un artista es diferente que la de la demanda popular, el artista se convierte en un mentiroso. Si al ser fiel a la verdad propia generamos una mentira para los demás, coexisten estas dos construcciones.

En un mundo en que la mentira domina y por definición se disfraza como verdad, es imposible vivir en la verdad absoluta. Igualmente es imposible vivir solo con mentiras. El arte, la vida, el mundo entero participa en el engaño y es obligatorio pretender preferir la verdad. Pero el hecho es, que las mentiras que salvan, también duelen, dañan y glorifican, son los fantasmas que nos acompañan y nos mienten cuando nos vemos en el espejo.

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