Billetes de
rascar y ganar
Por Chelsea Flanagan
“– Sí, está
bien.” La mentira salió de mi boca antes de que la pudiera parar. Mi hijo me
había preguntado sobre su madre y la respuesta había sido automática. Miré
hacia abajo a mi esposa en el piso.
Estaba lavando los platos que habíamos usado para la cena cuando cayó y
se dio con la cabeza contra la mesa. Se había muerto instantáneamente. Me dio
un susto tan fuerte que no hice nada. No llamé a la policía. No moví ni un
musculo.
“Está echando
la siesta” le dije. No, era pura mentira.
Después fui al
baño para buscar una toalla y enjuagar la sangre. Cuando finalmente había
detenido de sangrar, me arrodillé y lavé su cabeza con una toallita y agua
templada. Lo hice con tanta suavidad que un espectador habría pensado que mi
mujer todavía estaba viva. Puse un vendaje en su cabeza y tiré todo lo que
estaba cubierto de sangre en la basura.
Igual que la
había llevado a través de la puerta de la casa después de la boda hace
veintitrés años, la llevé a la habitación. Quería pasar una noche más con ella.
Quería abrazarla por una noche más. Llamaría mañana.
Cuando el
próximo día amaneció, no quería llamar aunque el cuerpo de mi querida estuviera
frío y duro y la habitación llena de su hedor. Sonó el teléfono.
“Papi, ¿cómo
estás? ¿Cómo está la mama?”
“Ven aquí”
dije.
“¿Cómo?”
“Ven.” Colgó
el teléfono y vino. Vio a su madre, olió su olor, y llamó a la policía. Me
trataba como si él fuera el padre y yo el hijo. Vio los billetes de rascar y ganar en la
cocina.
No le dije que
era el gran suma de dinero que habíamos ganado la que había asustado y matado a
su madre el día anterior. Ya la victoria no tenía ningún valor.
No comments:
Post a Comment