Por Gabriela Reyes
Se escuchan los tiros como cohetes artificiales
en el cielo. Cada tiro se siente incluso
en los deditos de los pies. Pero saben
que no son los juegos pirotécnicos de las fiestas. Cada tiro rompe al temeroso silencio que lo
precede, con una violencia que se conoce pero que no se asoma. Luego sigue un silencio hasta más
inquietante. Ni una brisa refrescante
para aliviar, solo humo, contaminando por la impudicia de la pólvora.
Siguen esperando un poco más. Saben que salir significa no volver. Ya, parece que el último tiro ha
tronado. No se oye la recarga, ¿será que
ya basta? Nunca se sabrá si por fin la
guerra cederá. Desde aquí no hay mucha
esperanza para un final feliz. Pero tal
vez… No tiene que ser así. No es
así. Aún no empieza lo fuerte, y por
eso, aún no lo es. Tal vez no estalle. Tal vez podemos seguir con esta vida de esta
manera. Pero las desapariciones y los
cadáveres sin nombres nos quietan esa poca esperanza. El motor gruñe y se sabe que por el momento,
estamos a salvo. Que nuestras puertas se
quedaran paradas y que nuestro aliento permanecerá en nuestras bocas aunque sea
un día más.
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