Calidoscopio Rojo
Hoy encontré tu bolsa. Roja. Te gusta ser notada. Tu personalidad brilla entre la multitud de negros, grises, blancos y azules reales de invierno. Michael Kors. Piel. Que diseñadora. Te gustan las marcas que llevan las famosas. Las anhelas, ruegas, y te la compran porque no soportan tu carácter. Mimada. Fuego contenido. Eres joven.
Eres lista, pero no tan higiénica como para cargar con un cepillo de dientes. ¿Por qué lo tienes en tu bolsa? Delineador de ojos de M.A.C. negro, máscara de Maybeline negra, Colorete de NARS, bálsamo de labio Carmex con sabor a cereza. Simple. No tienes pasta de dientes. Eres nómada. Tienes un apartamento. En el West Village (¿o es que vives downtown con los financieros?). Pero casi nunca estás allí. Prefieres desfilar por camas frías y lejanas. No te gusta traer las aventuras a casa; no son tuyas si no habitan contigo.
Peine. Tienes pelo como miel, con dimensiones complejas de ámbar. Lustre. Espejo. Eres demasiado auto-consciente; no usas mucho maquillaje. Perfume. Romance de Ralph Lauren. Prácticamente vacío. Conoces el efecto que tienes sobre los hombres, pero no te lo crees tú misma. El Immoralista. Gide. Estudiante.
Panties de encaje. Negros. Pequeños (aunque pueden ser medianos...no confirmo la etiqueta). ¿A quien se los vas a mostrar? ¿Para cuál conquista? ¿Cuál batalla? La de esta mañana en el deli, por la cual no pagaste el café o esos croissants medios tostados que te encantan? ¿O ese que siempre te acompaña a clase con el pretexto de conversación profunda, pero solamente coquetea torpemente? ¿Tu profesor? ¿O ese que esperas en la esquina más profunda de esa barra pequeñita de Apothacary?
Recibos de Restaurantes. Casi siempre ordenas ensalada para el almuerzo y un bistec casi crudo para la cena. Depredadora. Saludable. No cocinas. Espera. Recibo de Whole Foods. Todo orgánico. Sí cocinas. Pero solo cuando estas en casa. Menuda. Pretendes ser adulta, pero tienes una bolsita llena de chocolates, caramelos y chicles, y una revista People; alma de adolescente.
No hay una cartera de bolsillo. Quizás la tenias en la mano cuando, despistada y borracha, te olvidaste de tu bolsa esa noche. O tuviste una emergencia. Pero de un bolsillo chiquitico, y con mucha dificultad, saco una tarjeta. Tu nombre, escrito en tu tarjeta de seguro social (que no debes cargar contigo, pero corres el riesgo...quieres perderla...no pertenecer a nada): Alana Haze. Nombre perfecto. Tu nombre.
Tengo que conocerte. Busco esas curvas y simetrías exactas que te delinean entre las paginas del directorio telefónico en el internet. Solamente una Alana Haze en toda la ciudad. Pues, ¿cómo pueden haber más como tú? 846-637-9361. Te llamo. Oigo la voz robótica de tu contestador. Encontré tu bolsa. Te dejo mi dirección.
Te espero.
Oigo el timbre.
-Sí?
Hola, me llamo Alana Haze. Alguien me dejo un mensa...
Presiono el botón para que subas.
Pero, tengo dudas. Tu voz no tiene ese timbre juvenil, esa dulzura irresistible que utilizan las jóvenes cuando le hablan a sus padres. No. Suenas agotada. Tu voz como un murmullo, bajo, enronquecido.
Abro la puerta una pestaña. Tus pasos resuenan por los tacones que debes de estar usando.
Todavía no te veo. Solamente una sombra marca tu presencia.
Lentamente asciendes. El punto de tu cabeza se nota entre las barras de hierro. Castaño mate. Dos pasos más. Ojos marrones, coloreados con una sombra verde y ostentosa. Alta. Amazónica de mediana edad.
Me equivoqué. No eres tú. Antes de que termines de ascender, antes de que veas el voyeur, te cierro la puerta.
Me equivoqué.
Empieza a tocar la puerta. Me quedo sentado. Mudo. Me grita que le abra, que tengo su bolsa. Que va a llamar a la policía.
Que la llame. Esta no es su bolsa. Es la tuya.
La amazona destrozada cesa su gritería. Oigo que baja las escaleras.
Me quedo sentado. Esperándote.
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