Adolescencia
Es esa hora del día cuando las diminutas células comienzan a desparramase por las venas que delinean su cuerpo, recorren sus ojos, el cuello, incrementando la sensibilidad que algún día permitirá el gozo, rastrean también su pecho y esos pequeños senos que tratan de alcanzar su plenitud, baja por su abdomen circulando el ombligo y deslizándose hasta llegar al pubis, allí ejerciendo su mayor efecto. Con los ojos cerrados y bajo la ducha ella recorre su cuerpo con manos temblorosas colonizando cada pulgada de su piel, descubriendo lunares ocultos y sensaciones que extranjeras. Abre los ojos y el agua los ahoga, escucha la voz de su madre muy lejana llamando, sin embargo no se mueve, paralítica por el éxtasis que controla su cuerpo, más bien esa región por donde sus dedos se van deslizando y que le impide mover músculo alguno. El tiempo se detiene, el corazón palpita veloz, y las mariposas en su estomago casi como cólicos le dicen que ha llegado al punto de que tanto escucho hablar, el sector que su madre nunca menciona por que es pecado, que la hace enrojecer cuando sabe de que sus amigas están hablando. Esa mañana una palpitación extrañaba fuera de la que conocemos comúnmente le llamó la atención. Creía tener alguna idea de que era porque ya en la escuela la tenían saturada con el tema de la pubertad, los cambios hormonales, esos cosquilleos que podrían sentir al tocar ciertas partes, al ver ciertas cosas, pensó que talvez era eso que sentía. Unas cosquillitas que hormigueaban por su cuello y las yemas de sus dedos y se esparcían como plaga por su abdomen, sus pies, y esas áreas extrañas y sensibles detrás de las rodillas y delante del codo. Todo porque el chico que tanto le gusta le dio su primer beso francés aquella tarde. Fue una sensación extraña pero a la vez placentera. Sentir un órgano extraño dentro de ti, acariciarlo y a la vez sentir un poco de asco, pero no poder decir que no te gusta porque sabes que quedarías mal enfrente de él y tu amigas, pensó mientras el chiquillo la besaba. Se propuso investigar más sobre el acto de besar, lo que la llevó a una series de imágenes nunca esperadas pero que despertaron cosas imaginables. Y ahí está, el agua recorriendo su cuerpo, la fabrica de hormonas enloquecida sin imaginar el gran trabajo que le espera con esta chiquilla. Ella, en ese instante cuando la mente se te vuela y pierdes el conocimiento por unos milisegundo, y los diminutos espasmos se apoderan de sus piernas logran penetrar sus cuerdas vocales y un pequeño gemido se le escapa. De repente, abre los ojos y mira hacia su abajo, enrojecida saca sus deditos y se queda por un largo rato pensando si es pecado sentir lo que ha sentido.
Es esa hora del día cuando las diminutas células comienzan a desparramase por las venas que delinean su cuerpo, recorren sus ojos, el cuello, incrementando la sensibilidad que algún día permitirá el gozo, rastrean también su pecho y esos pequeños senos que tratan de alcanzar su plenitud, baja por su abdomen circulando el ombligo y deslizándose hasta llegar al pubis, allí ejerciendo su mayor efecto. Con los ojos cerrados y bajo la ducha ella recorre su cuerpo con manos temblorosas colonizando cada pulgada de su piel, descubriendo lunares ocultos y sensaciones que extranjeras. Abre los ojos y el agua los ahoga, escucha la voz de su madre muy lejana llamando, sin embargo no se mueve, paralítica por el éxtasis que controla su cuerpo, más bien esa región por donde sus dedos se van deslizando y que le impide mover músculo alguno. El tiempo se detiene, el corazón palpita veloz, y las mariposas en su estomago casi como cólicos le dicen que ha llegado al punto de que tanto escucho hablar, el sector que su madre nunca menciona por que es pecado, que la hace enrojecer cuando sabe de que sus amigas están hablando. Esa mañana una palpitación extrañaba fuera de la que conocemos comúnmente le llamó la atención. Creía tener alguna idea de que era porque ya en la escuela la tenían saturada con el tema de la pubertad, los cambios hormonales, esos cosquilleos que podrían sentir al tocar ciertas partes, al ver ciertas cosas, pensó que talvez era eso que sentía. Unas cosquillitas que hormigueaban por su cuello y las yemas de sus dedos y se esparcían como plaga por su abdomen, sus pies, y esas áreas extrañas y sensibles detrás de las rodillas y delante del codo. Todo porque el chico que tanto le gusta le dio su primer beso francés aquella tarde. Fue una sensación extraña pero a la vez placentera. Sentir un órgano extraño dentro de ti, acariciarlo y a la vez sentir un poco de asco, pero no poder decir que no te gusta porque sabes que quedarías mal enfrente de él y tu amigas, pensó mientras el chiquillo la besaba. Se propuso investigar más sobre el acto de besar, lo que la llevó a una series de imágenes nunca esperadas pero que despertaron cosas imaginables. Y ahí está, el agua recorriendo su cuerpo, la fabrica de hormonas enloquecida sin imaginar el gran trabajo que le espera con esta chiquilla. Ella, en ese instante cuando la mente se te vuela y pierdes el conocimiento por unos milisegundo, y los diminutos espasmos se apoderan de sus piernas logran penetrar sus cuerdas vocales y un pequeño gemido se le escapa. De repente, abre los ojos y mira hacia su abajo, enrojecida saca sus deditos y se queda por un largo rato pensando si es pecado sentir lo que ha sentido.
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