Un blog de creación en español

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Thursday, January 19, 2012

Ana Sophia Radolinski

Agua sucia

Una vez después de unas cervezas, uno de los Sargentos me dijo que nadie nos agradece nada hasta que nos necesita. Después de todo lo que ha pasado en esta última semana entiendo lo que dijo. Por lo general es porque somos militares pero no participamos en guerras. No somos héroes glorificados, luchando por la patria. Desde 1790 solo un miembro ha recibido el Premio de Honor. No tenemos grandes pistolas ni bombas poderosas. Somos algo diferente. Protegemos la humanidad. Salvamos la humanidad. Pero cómo puedes elegir entre la gente. Me alisto en la Guardia Costera para proteger a la gente, para salvar a la gente. Nadie me había contado el otro aspecto de todo esto. No estoy listo para jugar a ser Dios.
Nunca olvidaré el agua sucia y oscura, cubriendo aquellos barrios. El sonido vibrante de las palas del helicóptero girando sincronizadamente con los latidos de mi corazón. Y la gente, cómo se puede describir a la gente en los tejados, en los árboles, sobre barcos creados por escombros. Cada persona revelando su miseria, buscando maneras de sobrevivir, sufriendo. Pero en aquel momento cuando oyeron las palas, y giraron para ver lo que venía transformó sus expresiones. Me imagino que cuando vieron la insignia “US COAST GUARD” en blanco, azul y naranja, fue un momento de incredulidad. Ví en sus caras, en sus voces gritando, en sus brazos saludando, una mezcla de desesperación y esperanza. Como déjá vu volamos sobre Nueva Orleans buscando gente, regresamos a los campos de refugiados y salimos de nuevo. Mientras hubiera gente que nos necesitara, no teníamos planes de parar. Horas tras horas viendo aquella desesperación y esperanza.
El sol fue cambiando de color como solo hace sobre el océano. Aterrizamos en el tejado de una gasolinera. Dos familias estaban en la esquina de aquel edifico. Unos niños tirando piedras al agua. Una de las madres agarrando unos marcos y una caja de joyas familiares.
-Solo tengo espacio para cinco. Dame los niños. Las madres.
Bajo su desesperación apareció la duda. Para gente acostumbrada a dudar de la autoridad, después de 36 horas en el tejado de la gasolinera la poca fe que tenían antes no había sobrevivido.
-Regresaré. Los hombres deben esperar aquí. Volveremos. Te lo juro.
No tenía tiempo para convencerlos. De tener más tiempo explicaría que mi trabajo era más que eso. Es mi vida. Siempre recuerdo lo que nos dijeron al principio; en el campamiento de entrenamiento: estás alistado en el servicio de salvavidas, cada segundo que malgastas alguien puede morir. Mi dedicación venia de un lugar puro y inocente (pero lo más fuerte que conozco) de servir algo más de mi humanidad. Ni puedo explicarlo a mí mismo. Lo único que sé es que es algo que necesito hacer cada día. Me levanto por las mañanas para ello y me acuesto por la noche sabiendo que he cumplido la misión. Son sentimientos demasiados complejos y abstractos para expresarlos con solo unos segundos. Ojalá tuviera más tiempo.
Para el crepúsculo volábamos para la gasolinera. La luz magnífica sobre el petróleo y los químicos en el agua: la llanura de agua como un arco iris grotesco.
-Vete para la derecha. Están dormidos allí.
Mientras bajábamos el sentimiento inquieto en mi estómago se hacía más profundo. Bajaba del helicóptero y me acercaba a los dos hombres. A diez metros ya podía ver la sangre desplegándose sobre las piedras finas cubriendo el tejado.
Robados y muertos a manos de unos ladrones. ¿Habría sido unos segundos malgastados? Cómo podía saber que cuando regresáramos treinta minutos después estarían muertos.
De los cientos de gente que mi equipo salvó aquel día solo pienso en los perdidos. Después de todos los agradecimientos y los abrazos y las caras llenas de gratitud lo más claro de la memoria es el momento en que elegí dejarlos atrás sin protección, el momento en que por mis decisiones terminaron su cuento, el momento en el cual tras el crepúsculo veía desde el helicóptero sus cuerpos en el tejado de la gasolinera, rodeado por el agua oscura, llena de pesadumbre.

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