Un blog de creación en español

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Thursday, January 19, 2012

Anita Burgos

Pastillas azules y amarillas

Llego a la casa agobiada hasta los dedos de los pies. Otra noche perdida en la oficina. Aunque mi estómago arde de hambre no tengo ánimo para ponerme a cocinar, ni siquiera para marcar el numero de teléfono para que me traigan un lo mein con vegetales. Arrastrando los pies en el piso de madera como si fuera arena camino lentamente hacia mi recámara. Sé que ahí encontraré mi alivio. Me tiro en mi cama, las almohadas son mi refugio. Las sabanas encuevan mi cuerpo. Casi me voy a dormir cuando recuerdo el detalle definitivo. Extiendo la mano hacia mi mesa de noche y abro la gaveta, arropando mis manos alrededor de una botellita, una pastilla azul aparece en mi mano izquierda. Me la tomo seca sin agua para no diluir su efecto. Trago y cierro los ojos.

El calor en mis párpados me fuerza a abrir los ojos. Me doy cuenta que estoy en una playa vacía. Estoy acostada en la arena y la brisa suelta partículas de arena que se han perdido en mi cabello. Pienso que maravilla sería tener un piña colada para acompañar este paisaje. En ese momento los receptores de sabor en mi lengua empiezan a reconocer la piña y el coco.

Me despierto serena, tal como lo ha garantizado mi pastillita. Me preparo para ir al trabajo pero me sigue molestando mi perro para que lo saque a caminar. Veo que solo tengo una hora para estar en el trabajo. Le tiro una pastilla en su cacharro de agua y acelero hacia el trabajo.

Me saluda el silencio cuando llego a la casa. El perro todavía esta dormido. Será la ultima vez que le doy de mis pastillas. Después de preparar cena e intentar leer un libro me siento al lado de mi ventana. Ahora recuerdo porque me encanta el trabajo. Me aburro de la vida casera. Trato de recordar la última vez que me divertí. En la playa con mi piña colada, en un café con asientos en el patio que vende mi café favorito, subiendo un monte lejano de la ciudad, y en las manos de Miguel. Tropiezo con mis zapatos mientras corro hacia mis pastillitas. Cojo una del pote amarillo nombrado “alegría”.

Me encuentro en una calle llena de gente. Tocan las bocinas de los carros y salgo del medio para que no me atropellen. Me siento relajada entre tanto ruido y tantas vidas extrañas. También el ruido me hace aprovechar el encuentro de un rincón silencioso. Entro a mi café favorito. Me siento en el jardín al lado de la planta de jazmín y por un momento dejo que me arrope el aroma de la flor con el café. Subo la taza de café hacía mis labios y cierro los ojos para apagar uno de mis sentidos esperando que me deje disfrutar el café aun más. Pero cuando abro los ojos de nuevo, me llena la oscuridad de mi cuarto vacío. Entra una brisa por la ventana abierta y dejo que me enfrié y me haga temblar para así sentir algo.

El día siguiente me paso el día pensando en mis pastillas. Hasta el trabajo me esta empezando a aburrir. Abro la puerta de mi apartamento y voy enseguida a mi cuarto. Hoy tomo dos pastillas amarillas para potenciar el efecto. No quiero despertar hasta que termine.

Todo ha aumentado como resultado de mi doble dosis. El azul claro del cielo es tan intenso que lo siento por todo mi cuerpo. Siento azul en mis dedos y en mis papilas gustativas. Los colores ya no son definidos y se han convertido en una fusión. Al tocar un objeto se me embarran las manos. Brinco en el agua y salgo color turquí. Se puede ver cada hebra de la grama individualmente y hasta cada hormiga que le camina por encima. El panorama desde la montaña revela la vastedad pero insignificancia de mi cuidad. Se puede ver tanto más allá que ella. Otras ciudades con habitantes y preocupaciones ajenas. Miguel aparece detrás de mi con su cámara digital.

Me levanto con desilusión. Apenas había llegado Miguel y me tuve que levantar. En el trabajo, me quedo callada. La vida no se compara con la vida de las pastillas. Antes de que el sol se acueste ya estoy en mi recamara con las pastillas. Me tomo dos. Cierro los ojos y veo mi recamara. No hay café, ni gente, ni montañas. Mezclo la azul con la amarilla. Mi ventana, mis sabanas, pero nada más. Dos azules con dos amarillas. Me encuentro en la playa con Miguel. Giro y me pierdo en un vértigo cerúleo y dorado. Siento las horas pasar con cada choque de las olas del mar. De repente siento una perturbación. Una voz lejana de mi conciencia me dice que son las ocho de la mañana. Trato de abrir los ojos, no puedo. Trato de decírselo a Miguel, no me oye. Solo me sonríe y me ofrece más café. Corro hacía el borde de la isla pero me secuestran las aguas. Grito.

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