Demian Glusberg posee una desbordada inquietud verbal con la que construye mundos complicadísimos y extraños que exigen toda la inteligencia y la atención del lector. El resultado de ese esfuerzo vale la pena.
Starry Night
Por Demian Glusberg
Van Gogh creó una noche estrellada con su propia física. Una física sin prejuicios que envuelve las ululaciones y los remolinos del aire con la densidad húmeda del cielo de la noche mientras combina el anhelo al cielo de la flama con el carácter terco de la tierra y el árbol. Todo hecho en colores respetuosos a la profundidad y opacidad de la noche. Tan única es la física que me rehusó a creer en la artificialidad, o mejor dicho, me rehuso a limitar esta sinfonía alterna de los elementos a algo inanimado. No, no, no; los hechos deben de haber sido los siguientes:
Van Gogh empezó un fuego y lo cubrió con agua. Después le sobrepuso dos poderosos soplidos en un joven huracán y los plasmó al lado del fuego. Para darle terreno a su obra y un piso a sus habitantes le sumó un poco de polvo que se mezcló con las llamas y creó montañas y flora. Los cuatro elementos se juntaron y se balancearon y crearon con su alquimia. Se formó un mundo nuevo. Un mundo nuevo merecedor de un día y una noche y de una población. La población armó sus casas de polvo y tempera, y una nueva luna y un nuevo sol se juntaron para cuidarlos. Durante una de sus noches, tan fantástica y ajena a nuestro mundo que podría haber durado segundos o siglos; un joven decidió recordar el mundo de Van Gogh, el mundo que le había dado vida al suyo. Subió a la cima de una colina y fotografió un paisaje. Teniéndola en sus manos, cubrió la fotografía con polvo, unas gotas de agua, un respiro y una llama. Y como un espejo en frente de otro creó repercusiones y ecos de luz. Van Gogh encontró la fotografía en su estudio y la puso en un marco y le dio el nombre de las estrellas y la noche.
Starry Night
Por Demian Glusberg
Van Gogh creó una noche estrellada con su propia física. Una física sin prejuicios que envuelve las ululaciones y los remolinos del aire con la densidad húmeda del cielo de la noche mientras combina el anhelo al cielo de la flama con el carácter terco de la tierra y el árbol. Todo hecho en colores respetuosos a la profundidad y opacidad de la noche. Tan única es la física que me rehusó a creer en la artificialidad, o mejor dicho, me rehuso a limitar esta sinfonía alterna de los elementos a algo inanimado. No, no, no; los hechos deben de haber sido los siguientes:
Van Gogh empezó un fuego y lo cubrió con agua. Después le sobrepuso dos poderosos soplidos en un joven huracán y los plasmó al lado del fuego. Para darle terreno a su obra y un piso a sus habitantes le sumó un poco de polvo que se mezcló con las llamas y creó montañas y flora. Los cuatro elementos se juntaron y se balancearon y crearon con su alquimia. Se formó un mundo nuevo. Un mundo nuevo merecedor de un día y una noche y de una población. La población armó sus casas de polvo y tempera, y una nueva luna y un nuevo sol se juntaron para cuidarlos. Durante una de sus noches, tan fantástica y ajena a nuestro mundo que podría haber durado segundos o siglos; un joven decidió recordar el mundo de Van Gogh, el mundo que le había dado vida al suyo. Subió a la cima de una colina y fotografió un paisaje. Teniéndola en sus manos, cubrió la fotografía con polvo, unas gotas de agua, un respiro y una llama. Y como un espejo en frente de otro creó repercusiones y ecos de luz. Van Gogh encontró la fotografía en su estudio y la puso en un marco y le dio el nombre de las estrellas y la noche.
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