Planes para mi muerte
Tiene que haber flores. Lirios de cala, por supuesto. La cosa más elegante que produce el mundo natural. La mortalidad no es frágil, como dicen los lugares comunes. En realidad, es muy cierto, innegable. La única cosa en que se puede confiar del todo. Cualquier cosa puede ocurrir en tu vida, pero eso no cambiará el hecho de que un día vas a morir. Mi día está muy cerca. Sé eso. El aire no me viene tan fácilmente como antes. Mis respiraciones son lentas, desordenadas, irregulares. Es muy extraño, vivir al mismo tiempo que estás muriendo. No se puede describir bien la sensación, probablemente porque para hacer una comparación necesitas algo del mundo físico o algo que una persona ya la haya experimentado. Pero, todas las personas que ya han experimentado la sensación de morir, pues, es obvio no? Ya no tienen voces para describirlo.
Quiero un pastel también. Sé que eso es mucho más común para las bodas, y las fiestas de cumpleaños. Pero eso no me importa. No hay reglas en el más allá. No sé eso seguramente pero supongo que sería verdad. ¿Sería tan raro tener un pastel de helado? Yo siempre amaba los pasteles así. Mi mamá los compró del Baskin Robbins que estaba en la esquina de calle uno y la tercera avenida. Me hace reír un poco esa imagen, la de todos los invitados comiendo pastel de helado, pensando en mi vida y discutiendo sobre ella, tratando de remover la crema extra de sus tenedores. Tal vez el pastel podría tener tantas velas como años haya vivido yo.
Y la música. Eso será lo más importante. Tiene que ser una banda sonora que encapsule mi vida entera. Nada de esas canciones tristes. ¿Sabes que hay personas que solamente escuchan canciones tristes? Mi primer esposo era así. Cuando volvía a casa después de un largo día de trabajo, él siempre estaba en la cocina, lavando los platos, escuchando alguna balada trágica sobre un corazón roto, o un amante rechazado. Durante los días buenos bailábamos sobre el piso recientemente limpiado. Podría sentir en su mano a mi espalda, toda la seguridad que llevó consigo. Todo los deseos de mi mamá, y los deseos del mundo eran aplacados cuando él tomó mi mano en la suya y dijo “Sí, quiero.” Le permití a él elegir la canción para nuestro primer baile. No recuerdo cual eligió, solo recuerdo que era una de sus canciones tristes. Tal vez tendré una banda viva tocando. Quiero que todas bailen. Mis hermanas, quiero que ellas hagan el twist. Y, depende, por supuesto, de lo que exista verdaderamente después de la muerte, pero espero que mis padres y yo podamos reírnos juntos desde arriba con la torpeza y la borrachera de mis hermanitas.
Eso me recuerda algo más. El alcohol. Sé que eso es, probablemente, aún más tabú que comer un pastel de helado pero, si este no fuera el momento de tener la última palabra, ¿cuándo sería? Quiero cervezas para todos. Cómo las que bebía constantemente mi segundo esposo. Él nunca escuchaba una canción triste. Pero, después de un rato, empecé a extrañar estas canciones trágicas de mi primer esposo. No hay nada más opresivo que una persona que no sabe cómo sentir o cómo procesar emociones serias. Él estaba siempre muy feliz, y por eso me casé con él. Ahora pienso que probablemente fue porque había mucha tristeza en mi vida antes de conocerlo y pensé que iba a liberarme completamente de toda la carga de mi existencia. Por supuesto, eso no pasó, y no solamente porque él escondió su propia tristeza tomando demasiadas cervezas. El problema era el mío. Él tenía problemas -- muchos, de verdad -- pero fue mi culpa creer, siquiera por un instante en todos esos años (estuve casado con él por una década) que cualquier otra persona podría ser responsable de dispersar mi gran tristeza.
No sé cómo vamos a mantener frías las cervezas. Tal vez una nevera debajo de cada asiento? Eso sería tan ridículo pero, lo ridículo era la única cosa que realmente me liberaba de mi tristeza. Pues eso y el tercer divorcio. Ese esposo fue el peor. Ay, ahora es difícil recordar por qué me casé con él en primer lugar. Tal vez pensaba que tres era un mejor número que dos, o podría ser porque pensaba que si decidí escribir mis memorias, esa unión me daría las historias más fantásticas. Nada de eso resultó ser verdad. Lo único que fue verdad era que él odiaba mi perfume, y me decía eso cada día. Había insultos mucho más dañinos que ese pero, no quiero dignificarlos con mi pluma. Esos insultos todavía tienen bastante poder, me acompañan cada noche cuando trato de dormirme. Reverberan en mi mente, en su voz desinteresada y cruel.
Quiero tantos lirios de cala que una persona al entrar a la iglesia no pueda pensar en otra cosa. Quiero que el olor, limpio y fresco, domine el espacio tanto que sea difícil concentrarse. De esa manera, aún si mi cuerpo por cualquier razón todavía tiene sus sensaciones intactas, estarán tan llenas de ese olor, que mi mente podrá ser, por un momento, completamente libre de los insultos del tercer esposo. Sé que la iglesia va a permitir este tipo de extravagancia porque recuerdo cuando era niña y mi bisabuelo murió, toda mi familia asistió el funeral y la iglesia estaba llena de flores de camelia. Pensaba en el momento “qué ridículo”, pero al mismo tiempo, “qué fantástico.” Mi bisabuela planeó el evento, y puedes averiguarlo. Decidí en este instante planear mi propio evento antes. Porque, aunque disfruté tanto todas las camelias y el espectáculo de todo, sabía que mi bisabuelo lo habría odiado.
…. Debo llamar a mis hermanas para contarles mis planes pero sé que ellas me dirán que soy mórbida. Pero qué es más mórbido: hablar sobre la muerte o tener que asistir como espíritu a una fiesta para honrar tu vida que no representa de ninguna manera la manera en que viviste tu vida?
Espero que la camarera de mi diner favorito haga un discurso. Ella siempre sabe cuando la temperatura de mi café ha bajado demasiado y necesito más. Hemos hablado mucho mientras yo como un pedazo de tarta, usualmente tarta de cerezas. Recuerdo el momento en que primeramente hablamos. Noté que ella tenía cicatrices visibles en su piel. Le pregunté cuál tipo de tarta era la mejor. Ella me respondió que era la de cerezas y cada Lunes a las tres de la tarde volvía a ese diner. Me senté en el mismo asiento y nosotros hablamos. Al principio del clima y después de sus hijas y finalmente de nuestras cicatrices, las visibles suyas, las invisibles mías. Evitamos los nombres de los hombres que nos causaron cicatrices -- como si, decirlos en voz alta fuera dignificarlos. En los últimos días de la vida, estos días, pienso que ella me conoce más que mi familia, aún más que mi espejo. De hecho, de muchas maneras ella sirve como un espejo diferente; una versión menor de mí misma, pero más sabia, con un poder que yo no encontré hasta mucho más tarde en mi vida.
Tal vez habrá otras personas allí como ella, personajes profundos pero desconectados de mi vida formal. No quiero un mapa de la sala. Quiero que todas las personas sean desordenadas, para que puedan tener conversaciones raras sobre mi vida y cómo entraron en ella o, quizás, salieron.
Mis respiraciones se están volviendo más débiles cada día. Entonces es tan bueno que mis planes estén en orden. Mañana encargaré los lirios. Necesito recordar pedir los que sean más fragantes. Puedo olerlos ahora. Limpios. Frescos. Señalando un nuevo comienzo.
La bandera y la luna
La luna era más caliente de lo que pensaba. Ese domingo, a finales de julio, en el año 1969, los dos hombres me arrastraron por la superficie. Habían partido cuatro días antes, con toda la vista de la nación fija en nosotros. El fuego del cohete me había asustado un poco, aunque sabía que estaba fuera del vehículo. Pero con una tela como yo tenía? Pues, un desastre nunca está muy lejos. Reconocí versiones pequeñas de mi cuerpo en las mangas de los dos hombres. Las copias de mi imagen formaban un contraste muy fuerte con la blancura de sus trajes.
El cohete se agitó mucho cuando salimos de la atmósfera pero, según los dos hombres, eso era normal, y cuando entráramos en “el espacio” como lo llamaron, iba a estabilizarse. Eso resultó verdad y recordé que tuve un pensamiento muy raro cuando el cohete paró de agitarse y nosotros tres quedamos en silencio. El pensamiento era eso: qué extraño es que, aunque existimos ahora completamente separados del “mundo humano”, o “mundo humano ya explorado” todavía podemos sentir el peso de todas las esperanzas y todos los fallos de nuestra patria.
“We choose to go to the moon in this decade and do the other things not because they are easy but because they are hard.” Pienso que eso fue lo que dijo Kennedy, muy fácil de decir desde su tribuna, en vez de en esta cápsula con nosotros ese día. Los hombres no parecían tener miedo, sin embargo -- recuerdo eso. Y también recuerdo que cuando aterrizamos el aire estaba muy frío. Era la noche y no sé si los hombres sabían dónde estábamos. Pero, al mismo tiempo, nunca antes había habido un hombre en la luna así que no importaba mucho dónde estábamos.
Uno de los dos, pienso que era Neil, me tomó con sus manos y me llevó a la superficie de ese extraño planeta. El suelo era irregular y brillante en su blancura. Pensaba otra vez en este discurso de Kennedy, “There is no strife, no prejudice, no national conflict in outer space as yet. It’s hazards are hostile to us all. It’s conquest deserves the best of all mankind.” Mientras Neil estaba tratando de implantarme en el suelo, reflexionaba sobre la ironía de esta gran pieza oratoria.
Yo soy la bandera. Y no tengo la libertad de ignorar lo que represento. Sé que tengo dentro de mis rayas hay grandes pecados; pecados tan horribles que nunca se habla de ellos en las aulas de historia. Entonces qué mentira, eso de que en el espacio no hay lucha, no hay prejuicio, no hay conflictos nacionales. Eso hubiera sido verdad antes. Pero el momento en que Neil pudo plantarme en la tierra blanca de la luna, los Estados Unidos, representado por mi tela inflamable y delicada, creó todas esas cosas.
Me pongo loca ahora cuando el público dice “el aterrizaje en la luna” o, cuando las maestras dicen “viajamos a la luna” en referencia a la década de la carrera espacial. Porque eso también es mentira. No aterrizamos en la luna. No viajamos a la luna. Reivindicamos la luna. Colonizamos la luna. Y, lo peor es que usamos mi cuerpo, mi tela -- con todas sus estrellas y rayas, llenas de otras mentiras nacionales -- para hacerlo. Lo siento.
El horror de Thermopolis
Hay una valla, un poco afuera del parque Yellowstone que dice, “Yes I have PTSD: Pretty Tired of Stupid Democrats.” No hay nada más escrito. No tiene el nombre de la organización responsable ni del candidato que tal vez podría reemplazar a estos demócratas estúpidos. Las chicas pasaron por su lado y se rieron por un momento, pensando en lo loco que estaba su país. Genet pensaba en su pueblo de origen, donde no sería tan raro ver una valla así. Y pensaba también en cómo podría cambiar tanto una mente en un período de tiempo tan corto. Su mamá la había acusado de ser un “radical” pero su mamá la había acusado de ser muchas cosas entonces ella no se preocupaba mucho de eso. Anna estaba manejando entonces solo miró la valla por uno o dos segundos pero bastante para darse cuenta de que ya no estaba en California. Los dos hablamos de eso un poco, apagando el radio y reflexionando sobre el efecto que puede la crianza en las ideas que tienen sobre el mundo. Genet venía de Louisiana, pero no de New Orleans. Un pueblo muy pequeño de 4,000 casi 5,000 residentes. Muy similar al próximo por el que les tocaba pasar.
Thermopolis, Wyoming. Un pueblo que definitivamente no vale todas las letras que hay en su nombre. Es completamente posible que hubiera en este pueblo el mismo número de habitantes que letras en su nombre. Las chicas llegaron a su “hotel”, lo pongo entre comillas porque ese es un término un poco generoso para describir el lugar en que ellas tuvieron que dormir esa noche. Pero de todos modos estaban agradecidas de tener una cama -- aunque la cama tenía una colcha con caballeros pintados en la superficie. Era de noche cuando llegaron y tenían hambre así que mientras Genet sacaba todo nuestro equipaje del maletero, Anna visitó la oficina del dueño. El dueño pensaba que esa chica era demasiado joven para alquilar una habitación de hotel todo para ella, especialmente a esa hora pero no dijo nada porque necesitaba mucho ese dinero en medio de la pandemia. Le dio las llaves del cuarto cinco, en el primer piso. Ella estaba mirándolo con una mirada inquisitiva y sabía que probablemente tenía algo que ver conla máscara que ella llevaba y que él no.
La noche llegó y Anna y Genet estaban listas para dormir cuando, de repente, alguien llamó a la puerta. Las dos se quedaron inmóviles. “¿Quién podría ser?” Anna dijo, su voz inestable y llena de miedo. Eran las once y media de la noche. “No sé” respondió Genet. Afuera el estacionamiento estaba completamente oscuro. Anna pensaba en lo indefensas que estaban los dos. Mujeres, ambas de menos de cinco y medio pies de altura. El gas pimienta estaba en el coche, junto con el cuchillo que habían llevado para protegerse durante las noches en que estaban acampando. Genet, al otro lado del cuarto estaba moviendo sus ojos rápidamente a todas las esquinas, buscando un lugar en que las dos pudieran esconderse. Solo dos horas antes estaba reflexionando sobre cuán valientes eran Anna y ella para manejar a través de todo el país por sí mismas. Ahora estaba desesperadamente tratando de planear una vía de escape.
“Debemos abrir la puerta?” preguntó Anna.
“No!” Genet dijo en voz alta. No tenían ningún tipo de defensa, en qué podría estar pensando. Anna, entonces, sin ninguna otra idea y con un corazón pulsando tan duro, empezó a regresar al baño buscando una ventana tan grande para escapar. Genet, sin ninguna especial razón, empezó a reír. “¿A dónde podrías ir, posiblemente?” Anna empezó a reír consigo. Las dos miraron al techo en el que había una lámpara con cuernos de venado.
“Debemos tratar de arrancarlos y usarlos para luchar?” Anna preguntó todavía riendo pero al mismo tiempo planteando una pregunta seria. La persona llamó de nuevo a la puerta, y esta vez era mucho más ruidosa que antes. El terror rompió de nuevo la risa de las chicas y Anna tomó el teléfono del cuarto para llamar a la oficina. Sabía que no era probable que hubiera alguien en la oficina a esta hora pero también sabía que no tenía ninguna otra opción. Las dos quedaron en silencio mientras la tele sonaba. Genet se escondió debajo de la ventana al frente del cuarto, tratando sutilmente de mirar al otro lado de la puerta sin ser notada.
“Hola???” había una voz al otro lado de la línea y, sorprendida, Anna le respondió con una voz muy pequeñita y débil.
“Hola, sí, me llamo Anna y estoy en el cuarto cinco y hay alguien llamando a nuestra puerta.”
“Sí,” era la voz del dueño. “Soy yo, llamando.”
“Tú?” Anna le respondió, más sorprendida que antes, “Por qué??”
“Porque estacionaste tu coche en dos puestos, encima de la línea blanca” él le respondió. Qué estúpida era esta chica, pensaba él. Claramente las dos chicas estaban haciendo un viaje por carretera, pero cómo era posible si no podían manejar o estacionar? Y, más, cómo era posible hacer este tipo de viaje si un golpe en la puerta iba a asustarlas tanto.
“Ok, ok lo siento, voy a moverlo ahora. Gracias.” Anna respondió antes de colgar el teléfono.
Genet la miró con expectación. Y después de la explicación las dos pensaban en por qué sería tan importante, en un hotel, o sería mejor decir motel, en lo cual no hay nada más que otras dos personas, por qué sería tan importante exigirles que movieran su coche. Quién, de veras, habría estacionado allí.
“Qué tipo de monstruo no responde cuando llama a la puerta y las personas al otro lado le preguntan quién es?” Genet exclamó. Las chicas durmieron finalmente, pensando ambas en lo valientes que habían sido y, un piso encima, el dueño durmió también, pensando en cómo los jovencitos ya no son tan inteligentes que eran cuando él era joven.
Me gusta la historia. Está muy interesante sobre el espíritu actual del país, la incomprensión mutua. Me gusta mucho. Yo estaba pidiendo un texto de no ficción pero no importa. Este está muy bien.
Tuesday, May 18, 2021
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