A España
Yo jugueteaba nerviosamente con el folleto de
bienvenida que me habían pasado cuando llegamos al aeropuerto de Logan. School
Year Abroad: Departure for Zaragoza, Spain- decía en la portada. Ya no había
visto las palabras de consejo, garantías de un año satisfactorio y la sensación
de seguridad que conocía que el folleto contenía. El zumbido tenso de emoción y
mi mirada ansiosa reflejada en las caras de mis compañeros de clase me mantuvo
distraído. Durante todo el camino desde Filadelfia, había una voz en mi cabeza
que me estaba gritando que saliera cuando todavía podía. Estaba nervioso, ya
abrumado y aterrorizado por el año que tenía delante. ¿Cómo podría estar seguro
de que esto era lo correcto que hacer? ¿No era yo muy joven para irme de casa?
¿En qué me había metido?
La voz de mi madre me trajo de vuelta a la terminal
del aeropuerto. -Tienes que recordar de llamarnos el segundo que aterrices
-dijo ella, con el rostro tenso por esconder un sollozo. -Por supuesto-le
repetí sobre el suspiro de fastidio sensible de mi padre. Yo había estado
desviando comentarios así durante el viaje de ocho horas en coche a Boston, y
no pude evitar sentirme frustrado. Ya era bastante difícil estar en el coche
con mis padres después de su separación este verano. Supongo que mi hermana y
yo sabíamos que algo no estaba bien hace un tiempo, pero ella estaba en la
universidad y a mi me distrajo la escuela secundaria y la posibilidad de vivir
en España. Elegimos inconscientemente ignorar las señales. Al principio se
pelearon en ocasiones, que siempre parecía normal desde que se casaron. Un día
dejaron de discutir y un hueco vacío de emociones de rabia tomó su lugar. Así
que probablemente no debería haberme sorprendido cuando mis padres nos sentaron
para hablar una tarde a principios de junio.
A través de sus lágrimas silenciosas, mi mamá nos
explicó que ellos se iban a separar. Fue la decisión de su padre- mi mamá
aclaró rencorosamente. Discutieron con voces controladas tensas. Asuntos del corazón, para siempre, mentiras,
traicionar, engaño, amar. Silenciosos y tranquilos, ni mi hermana ni yo nos
movimos. Con una mirada nos dijimos que estábamos allí uno para el otro y nos
escapamos a la habitación de mi hermana. Me acurruqué debajo de la manta, en un
estado de shock. No podía procesarlo. Mi vida estaba explotando. No era posible
que mis padres jamás fueran algo menos que juntos.
Yo evitaba decirle a nadie sobre ese día. Era más
fácil fingir que no había ocurrido. Nadie se daría cuenta de mi comportamiento
diferente si me olvidó de lo que había pasado. Sin embargo, no podía evitarlo
por mucho tiempo, especialmente con arrebatos aleatorios de llanto cada pocos
días de mi mamá. Mi abuela me invitó a su casa poco después e inmediatamente
comenzó a consolarme, aconsejarme, y simpatizar conmigo. Ella hizo todo lo que
una abuela tenía que hacer, pero eso sólo empeoró las cosas. Quería olvidar y
seguir adelante, no regodearse en el dolor. Ella volvía al mismo punto. ¿Cómo
iba a irme a España con lo que acababa de suceder? Sin duda iba a cambiar mi
decisión- ella pensó.
Ese fue el momento en que sabía que tenía que irme.
Era mi oportunidad de escapar del dolor que apenas estaba empezando y aún mayor
motivo para explorar el mundo. Todavía estaba luchando con la idea de dejar
atrás mi hogar, pero mi hogar estaba cambiando.
Miré a mi alrededor. La terminal de salidas
internacionales era grande y blanca, una maravilla de la arquitectura austera,
que dejó saber a los pasajeros que estaban en las manos fuertes, seguros y
fornidos. Me sentí tan pequeño e insignificante allí en el grupo de los otros
sesenta estudiantes y sus padres, esperando de decirse adiós. No me había dado
cuenta hasta ese momento lo real que esto iba a ser. Sabía que iba a estar
viviendo en España durante los próximos diez meses. Sabía que no iba a ver a
mis amigos, mi familia y todo lo que reconocía como familiar por un tiempo.
Sabía que iba a confiar en una nueva cultura y lengua. Sabía que había elegido
esto. Pero no sabía hasta ese momento que iba a ser tan completamente vacilante
cuando llegó el momento de decir adiós.
Me di cuenta de que todo el mundo a mi alrededor
sentían lo mismo. Éramos una masa de mentes moldeables, reluctantes a saltar
hacia lo desconocido. No habíamos podido procesar el próximo año, ya que
nuestra conciencia colectiva latía con las preocupaciones, preguntas, y la
anticipación de los próximos días. Teníamos miedo, pero estábamos listos.
Estábamos juntos.
Abracé
a mi mamá adiós por la cuarta vez y volví a entregar mi pasaporte y el billete
a la guardia de seguridad. Mientras me alejaba, me tomé una última mirada a mis
padres. Sus brazos estaban alrededor de la otra con un cariño que yo no había
visto en muchos años. Esta era mi oportunidad para recordar a mi hogar como yo
quería que lo recuerde. Era el momento de dejar atrás su casa y zambullirse de
cabeza.
*****
La mayoría de nosotros estábamos demasiado nerviosos
o cansados por las despedidas para ser social en el avión. Habíamos elegido
conscientemente salir de nuestras casas temprano y sumergirnos en una experiencia
completamente nueva. Fue difícil decir adiós. A pesar de que no era para
siempre, la despedida tenía un carácter definitivo e irreversible que no podía
ser ignorado. Le decíamos adiós a nuestras vidas, a nuestras familias y a
nuestros amigos por un rato, pero también le decíamos adiós a nuestra infancia.
Era el momento de entrar a el mundo real. Se esperaba a ser adultos
independientes y autosuficiente, pero muchos de nosotros todavía sentíamos como
niños ignorantes e ingenuos.
Para algunos, era su primera vez fuera de los
Estados Unidos. Para otros, era su primera vez en un avión. Algunos ya habían
vivido al extranjero, y algunos ya hablaban con fluidez en otras idiomas.
Éramos niños pretenciosos de los internados de la costa este y surfistas relajados
de la oeste. Éramos actores, pintores, músicos, empollones, deportistas y
drogatas. Vivíamos en lo profundo de los bosques de Maine y en las playas de
Miami. Nuestras casas estaban en las calles empinadas de San Francisco y las
llanuras del Midwest. Hablamos inglés, español, francés, alemán, polaco,
holandés, tagalo, swahili y el hindi.
Sin embargo, lo que nos separaba nos unía. Los niños
que no conocía iban a ser algunos de mis mejores amigos del mundo. Nos tomó un
momento de incertidumbre puro que nos permitió convertirnos tan cerca e
importante uno para el otro. Al tomar tierra en Madrid, poco a poco salimos de
nuestras introversiones inducidas por la tristeza. Nos mantuvimos al lado de
uno e otro como una fuente de consuelo. Eran las únicas personas que podían
entender lo que estaba sintiendo.
Nos bajamos del avión y nos trasladamos en grupo por
los pasillos desconocidos del aeropuerto. La tensión que habíamos traído desde
nuestra salida de los Estados Unidos nos dominaba menos. Poco a poco se levantó
esa tensión cuando llegamos a un acuerdo con la idea de irnos de casa porque
teníamos una nueva perspectiva. La emoción creció cuando acogimos nuestro
futuro.
Cuando llegó el momento de recoger nuestro equipaje,
todo el grupo estaba hablando y bromeando de manera que sólo nuevos amigos
pueden hacerlo. Teníamos un poco de tiempo antes de que nuestro autobús llegaría
para llevarnos a nuestras nuevas casas, por eso todos establecimos un
campamento en una esquina de la recogida de equipajes. Estábamos viviendo en un
limbo entre nuestras vidas viejas y la nueva experiencia por delante. Sin
nuestras familias y la reputación que nos guía, podríamos abrirnos más de lo
que podíamos desde que éramos pequeños. Yo era tímido y luché con recordarme de
los nombres de mis compañeros, pero después de unos minutos nadie parecía
preocuparse. Era como tener al instante un enorme grupo de amigos que había
conocido para siempre. No hubo chisme ni drama, sólo amigos llegando a
conocerse uno al otro y anticipando ansiosamente sus nuevos hogares.
Cuando llegó el autobús, la ansiedad y el miedo se
acomodó sobre el grupo. Nos íbamos de nuestro limbo sin preocupaciones y ahora
estábamos entrando en la última etapa de nuestros viajes a casa. El viaje de
cuatro horas parecía desalentador e incómodo, pero, de nuevo, era lo mejor para
nosotros. Ahora que el miedo nos inquietaba, nos unió aún más afrontar el
momento más espantoso de nuestras vidas.
Todo se hizo real muy rápidamente. Esto fue más que
irnos de casa, más que decirle adiós a nuestras familias y amigos, y más que
aceptar una nueva aventura con nuestros nuevos amigos. Las nuevas familias y
las nuevas casas estaban a un paso más cerca.
*****
Era de noche cuando me desperté. Todavía estábamos
en el autobús, pero todos habíamos perdido el entusiasmo y la energía. Parecía
que todos estaban dormidos, incluso la chica sentada a mi lado. Su nombre era
Maddie o Madison, o algo así, y era de Colorado. Éramos los dos esquiadores y
yo nunca había estado en Colorado, así que la conservación se había vuelto a
esquiar un par de veces antes de que nos quedamos dormidos. Traté de volver a
dormir, ya que parecía que no estábamos allí todavía, pero mi mente no me
dejaba. Fue el primer momento de semi-paz que había conseguido desde que salí
de Pensilvania.
Ahora que la ansiedad del viaje había desaparecido,
podía pensar sin distracción sobre mi nuevo hogar. Había expresado interés en
vivir con una familia con niños y mascotas que vivían cerca de la escuela.
Según lo que me dijeron antes de llegar, mi madre anfitriona se llamaba Teresa
y vivía a diez minutos a pie de la escuela. Yo no estaba seguro de nada en
realidad, y me puso nervioso. Estaba seguro de que no resultarían ser locos o
muy extraños, pero yo no podía dejar de esperar lo peor. Miré hacia el paisaje
exterior que atravesábamos. Parecía algo así como Marte- pensé -dónde estaban
todas las personas?
Justo cuando pensé que podría volver a dormir, las
luces de una ciudad aparecieron en la distancia. Había leído sobre Zaragoza un
millón de veces en el red antes de salir. Era una pequeña ciudad centrada en el
río Ebro. La ciudad tenía una larga historia de romanos, árabes y la conquista
española y tenía una gran basílica llamada "Nuestra Señora del
Pilar." Según lo que yo sabía, seríamos los únicos americanos que vivían
allí.
Antes de darme cuenta, el autobús estaba dentro de
Zaragoza. El resto del grupo comenzó a agitarse mientras atravesábamos la
oscuridad de la extraña ciudad. Todos hablaban en un susurro. Era esta nuestra
ciudad? ¿Vamos a estar allí pronto? ¿Cómo estábamos todos tan tranquilos?
Marta, la maestra que nos había recogido en Madrid, habló sobre la radio del
autobús para explicar lo que estaba a punto de suceder. Cuando se detuviera el
autobús, nadie debía moverse todavía. Nos llamaría en orden alfabético y nos
emparejaría con nuestras nuevas familias. No entren en pánico o preocupación-
dijo en español con una lentitud deliberada con la esperanza de que podríamos
entender -una vez que estás con tu familia, no te vamos a ver hasta que
empiecen las clases en unos pocos días. Así que buena suerte y recuerde que
ellos están tan emocionada y ansiosos como tú.
Nos miramos uno al otro y completamente reconocimos
lo aterrorizante que serían estos próximos minutos. Marta empezó a leer cada
nombre. Uno por uno, los niños agarraron sus maletas y se fueron. Una última
mirada atrás capturó la emoción que los mantuvo en movimiento a pesar del miedo
abrumador. Miré por la ventana tintado del bus a todas las familias que nos
esperaban. No muy diferente de una tienda de mascotas, esperábamos nuestro
turno para entrar en un nuevo hogar. A medida que cada nombre fue llamado, un
niño podría bajar las escaleras del autobús en los brazos abiertos de su nueva
familia. Marta ya estaba en los L's y se quedó en silencio cuando me di cuenta
de que iba a venir después. -Número 31, Martellucci- nos gritó -Conozca a su
mamá española, Teresa.
Recogí mis cosas, caminé por el pasillo y bajé las
escaleras. Estaba tan nerviosa que apenas podía hablar. Balbuceé algunas
palabras básicas que podía recordar. Todo era un borrón mientras descargamos mi
maleta y antes de darme cuenta, estaba en el asiento trasero del coche de
Teresa. El coche arrancó y miré a las familias que quedaban. Salimos del
estacionamiento y me pareció que la única conexión que tenía en este nuevo país
se había roto.
Teresa condujo a través de mi nueva ciudad. Alrededor
de monumentos y por avenidas grandes, todo se empeñaba con las luces y la gente
y el resplandor de los edificios de color rojo y amarillo. Alcancé a ver el río
al pasar sobre el puente antes de sumergirnos en las calles estrechas bordeadas
por edificios de piedra. Pasamos por los lugares en los que iba a tener algunas
de las mejores experiencias de mi vida. No tenía idea de lo bien que iba a
conocer a este ciudad, mucho menos que iba a ser mi nuevo hogar. Mi viaje había
llegado a su fin, pero la aventura acababa de empezar.
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